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pasaporte para una vida imaginada

alessia colognesi

Camina lento delante de mí como un explorador solitario perdido en el silencio de esta habitación.
El saco verde militar que tiene siempre consigo se mueve de una parte a la otra como si fuera un saquito repleto sólo con un poco de él: un libro, una libreta, un lápiz y el estuche de su armónica. Toca. Lo hace cada sábado por la mañana, al final de la lección de italiano:
“La música me ayuda a sacar de la armadura del silencio de la soledad la historia de mi vida”.
Pronuncia estas palabras con una expresión melancólica, mientras los labios apenas entreabiertos en una sonrisa no desmienten su natural luminosidad.
Mauricio toca el bajo, la guitarra eléctrica era demasiado voluminosa para su equipaje de migrante, así fue que, ocho meses atrás, con tal de llevar consigo un poco de música brasileña, ha puesto la armónica de boca en el saco verde y ha partido rumbo a Italia.
En los momentos de melancolía, desliza lento su armónica sobre los labios y sopla en los pequeños orificios con tanta intensidad que la potencia de las notas del himno nacional de Brasil logra tenerlo en equilibrio como un acróbata suspendido en una cuerda tambaleante entre dos continentes.
Se llama Mauricio Cavalca Tavares, hasta hace algunos meses vivía junto a su familia en el sur de Brasil, en Guarantigueta, un pueblo en el camino que de San Paolo lleva a Río de Janeiro.
Cavalca es el apellido italiano de su abuelo materno, en cambio, Tavares es el apellido de origen brasileño del ramo paterno de su familia.
Desde 2007 tiene la ciudadanía italiana, pero para la ley de este país se llama Mauricio De Silva Tavares. Lleva sólo apellidos extranjeros, los de su familia brasileña.
Abre bien sus ojos espiritados como dos bombillas encendidas, me habla con la luminosidad que imprime a sus sonoras palabras.
“Aquí es como si fuera otra persona, de nombre y de hecho. Soy un migrante en viaje para reapropiarme de mis raíces y reconocerme”.
Mauricio busca espasmódicamente una nueva vida, porque necesita sentirse aceptado por la sociedad que lo ha admitido de derecho entre sus ciudadanos.
Cuando habla de su aventura, las ganas de pertenecer y el deseo de participación se funden con una fuerza irresistible:
“He comenzado mi búsqueda apenas he obtenido mi doble nacionalidad”.
Desde hace dos años su nueva identidad está escrita en el pasaporte italiano bajo la foto carné de un hombre serio y cumplido.
Junto a un nombre diferente al del pasaporte brasileño, el estado italiano le reconoce oficialmente el derecho a vivir una existencia que no ha vivido nunca y que ha apenas imaginado.
“Quiero vivir la tierra que he sentido sólo en los cuentos de viejos tíos, pero en mi tiempo”.
El tiempo lento de la vida de un migrante está marcado por un perenne estado de espera. Hay que esperar para el trabajo, esperar para el reconocimiento del propio título de estudio, hay que dejar pasar el tiempo para la validación de la licencia de conducir, ponerse en cola en el correo para obtener un reconocimiento institucional para poder quedarse.
Es un camino lento y atormentado, un viático necesario para poderse considerar italiano a todos los efectos, porque nos descubrimos personas sólo reflejándonos en los demás. “Algunos días me siento cansado, con el peso agobiante de esta aventura sobre los hombros, como plomo. Me parece que nadie logra percibir la importancia que tiene para mí estar aquí, ahora.
Es difícil encarar la vida cotidiana:
“Voy a comer a la Caritas, trabajo cuando encuentro un trabajo; todo para sentirme útil”.
Cuando puede, Mauricio se queda solo en su habitación, alquilada en el centro de la ciudad con otros tres brasileños.
Tiene la costumbre de alquilar viejas películas italianas, las ve subtituladas en inglés envuelto en el silencio mullido de la noche, las vuelve a ver al día siguiente, en italiano, lo hace para atrincherarse en las emociones.
“En estos meses he sentido, a menudo, la necesidad de emocionarme para derrotar la soledad y el sentido de inutilidad. En ciertas noches brumosas y frías me hacía compañía un vaso de vino, lo tragaba lento, en un único sorbo tan caliente que me quemaba la garganta”.
Mauricio pertenece a la quinta generación de una familia de migrantes italianos. Su abuelo Paolo, en 1865, pidió permiso al rey Victorio Manuel III para expatriar y, junto a toda su familia, dejó Bagnolo San Vito, en la provincia de Mantua, rumbo a una nueva vida.
Hoy él es un hombre de treinta y seis años, titulado en biología, que ha hecho todo tipo de trabajo en Brasil: el profesor, el empleado municipal, el viverista, el hotelero.
En junio de este año salió rumbo a Italia, se sentía huérfano de su tierra y la deseaba, la quería fuertemente para vivir en ella. Quería poder decir que era suya. Quería ser reconocido y reconocerse en los italianos que habría encontrado.
Soñaba con encontrar otro señor Cavalca, italiano, y poderle contar su historia brasileña.
“Imagínate que lindo sería si encontrara a un pariente mío de Mantua. Ho visto algunos timbres con mi apellido, habría podido tocarlos, pero me he paralizado siempre por el miedo”.
Con la misma emoción incontenible de un niño que no logra mantener un secreto dentro de sí, Mauricio me susurra:
“¿Puedo decirte una cosa linda?”
Tras un movimiento de afirmación con mi cabeza, sus palabras inician a salir, como un río en crecida: “Fui a la biblioteca el lunes a navegar en Internet, ¿sabes?”
Me sorprendo, lo escucho en tremulante espera: “Y ¿qué encontraste?”
“Es increíble..... en la lista de las reservas, inmediatamente debajo de mi nombre estaba escrito de nuevo Cavalca. Me quedé esperando paralizado de la emoción”.
“Continúa”.
“A las tres y media se sentó delante del ordenador una señora de unos setenta años, la miré bien sin que me viera”.
“Y ¿cómo era?”
“No me creerás, pero se parecía un poco a mi madre. Era una hermosa señora”.
“¿Te miró?”
“No, la observaba a escondidas”.
Me lo imaginaba mientras se asomaba detrás de la silla de tela roja junto a la señora y movía lentamente la cara sostenida entre las manos con los codos apoyados a la mesa para que no lo descubriera.
“Y ¿qué hacía?”
“No lo podía creer!! Sacó de su bolso tantos papelitos pro-memoria escritos en letra pequeñita y los puso todos encima del escritorio”.
Pensé: “Yo también lo hago!! Las tengo todas en el portafolios, mis hojitas de la memoria”.
“Tal vez era una lejana prima tuya”, se lo digo convencida como si estuviera asistiendo a la escena de una película.
Él se entristece en el rostro y sigue contando:
“A las cuatro menos cinco minutos, la bibliotecaria detrás del banco de los préstamos ha susurrado bajo: ¿Señora Cavalca? Aquí está el libro que buscaba”.
“Y ¿qué hiciste? ¿Te levantaste?”
“Apenas escuché pronunciar nuestro apellido en un italiano sin ningún acento extranjero, me di vuelta de golpe”.
“Vi que las dos mujeres estaban hablando y poco después la señora Cavalca colocó el libro en el bolso de gamuza que estaba colgado en la silla cerca de mí, se puso su abrigo oscuro, tomó todas sus cosas y salió”.
En ese momento pensé: “Quiero hablar con ella”, y la seguí.
“Y ¿lograste por lo menos decirle una palabra?”
“Cuando salí, ella ya no estaba. La esperé en la puerta principal, pero nada, escuché el ruido de un automóvil y, en ese momento, vi que portón en la parte lateral del edificio se cerraba, yo estaba delante de esa puerta mientras se cerraba”.
Mauricio también se fue, se fue de Italia desde hace algunas semanas. Ganó un concurso para enseñar en la escuela pública de la ciudad donde nació.
Desde la primavera pasada era un ciudadano italiano sólo de derecho, de hecho era un migrante en tierra extranjera, porque en Italia la diversidad de un nombre exótico es aclamada con el calor de un abrazo sólo cuando corre en una cancha de fútbol.

Alessia Colognesi nace en Mantua, se diploma en Relaciones Públicas en el IULM de Milán. Es docente intercultural y colabora con entidades públicas en su ciudad donde enseña italiano a los ciudadanos migrantes. Ama escribir para “recorrerse” y no olvidar hasta dónde ha llegado su viaje. Este año participará con un texto suyo en la reseña teatral sobre la interculturalidad que se realizará en Roma, dirigida por la compañía NARRAZIONE TEATRALE. “Adoro usar la escritura para exaltar la fuerza de la diversidad”.
Traducido por A.M. Gabriela Bustamante Escobedo

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Anno 6, Numero 26
December 2009

 

 

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