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cuentos

abla osman omar

INTRODUCCIÓN

Siglos de tradición oral se sedimentan en la conciencia de un pueblo y forman su historia. Si es verdad que historia magistra vitae, como decían los antiguos, la Historia verdadera muestra que a nada sirven sus enseñanzas si no están animadas por la cotidianidad, por los actos de una experiencia real que introduzca, justamente, en la conciencia, las enseñanzas.

Cómo explicarlo... La Historia no enseña nada al hombre de hoy porque no es más historia. No es casual que la palabra italiana sea polisémica e indique dos modos diferentes de la misma realidad. O la Historia habla de historias y las historias mueven nuestra conducta, o la Historia se queda en los libros y no es más historia, por lo tanto, no enseña y no es maestra de vida.

Por lo contrario, la historia de un pueblo oral vive en la voz y no es casual que se diga Voz de la conciencia, ya que conciencia es una voz, ni más ni menos que el voto, que en muchos idiomas y, sobre todo, en los africanos, se dice del mismo modo. El voto: también un auspicio o un propósito. Se ve que la cadena semántica nos llevaría lejos y justifica el concatenarse de conceptos e ideas, connotaciones y sugerencias que, sólo si nos dejáramos llevar, fuera de la lógica binaria de lo verdadero y lo falso, enriquecen nuestra vida.

Las historias de un pastor somalí son, entonces, enseñanzas, no tácitas, sino explícitas, y la épica arcaica de un pueblo es su enciclopedia memorizada, los exempla concretos de sus narraciones, profundamente interiorizadas, los guías visivos hacia recorridos en la memoria y en las calles del mundo.

* * *

No es fácil orientarse en los hechos antiguos de los somalíes. Partidos de tierras lejanas en el norte de aquéllas en que encuentran hoy, parientes lejanos de los beduinos de Arabia y del pueblo de la Reina de Saba, son originarios de esas tierras que fueron la primera cuna de la humanidad.

Tierra inhospitales, desiertas, hoy habitadas por otros pueblos, y en su vagabundear hacia el sur, a través de tierras y siglos, llegaron a encontrar dos grandes ríos: el Shabeelle y el Jubba y muchos de ellos olvidaron los antiguos modos de vida, ligados al pastoreo nómada, para volverse agricultores sedentarios.

La leyenda cuenta que fueron los descendientes de dos hermanos los que se repartieron, por así decirlo, esas opciones. La estirpe de Samal continuó la vida nómada más al norte, pero sucesivamente, en búsqueda de apacentamientos y de fuentes para beber, también en el sur, en lo que hoy es Kenya, y al oeste hacia las tierras del Ogadeen que están bajo la soberanía etíope. En cambio, los hijos de Sabb se establecieron en las tierras entre los dos ríos, donde se encontraban también otras gentes.

Los somalíes pastores del norte se dividieron en diferentes estirpes (reer), según una tradición transmitida oralmente de padre en hijo. En cuanto a los descendientes de Saab, se dividieron en Digil y Mirifle. Los primeros, a su vez, se dividieron en siete clanes diferentes, mientras que los segundos, en 22. Los clanes Digil son los siguientes: Geledi, Dabarre, Tunni, Jiidda, Garre, Bagedi y Shanta Caleemood (“Los de las cinco hojas”). Los Geledi son la gente de Abla, fundadores en el siglo XIX de un potente sultanato que tenía su capital en Afgooye y llegaba hasta Mogadiscio.

* * *

Abla ha usado fuentes orales, narradores que han grabado casetes, que han sido transcritos y traducidos. El trabajo fue duro, pero valía la pena. Es por esto que queremos agradecer al Dr. Osman Gadale, que desgraciadamente ha fallecido, al Dr. Husein y a tantos más.

Muchos de los cuentos, al inicio, fueron recogidos “privadamente”. Algunos los habíamos ya escuchado anteriormente, y estamos agradecidos de Haji Ali, que tampoco está con nosotros, y de Sharif Shami, que no sabemos dónde fue a parar durante la guerra. El gran aporte de la abuela Aamina, como es justo para una abuela, fue determinante.

Decir gracias a la abuela Aamina significaría sólo querer pagar una deuda que no se puede componer con las palabras. Lo hará Samia con su afecto y recordando que su querida tierra tiene que volver a ser poblada por leones hablantes y wadaad arrogantes, pero inofensivos, por sultanes y pastores, por camellos que pastan y pescadores......Tal como era antes que la codicia y la crueldad la destruyeran. Para que pueda volver a vivir lejos de una falsa civilización hecha de egoísmos y ansias de poder y riqueza.

Giulio Soravia

Nota: se reproducen sólo algunos de los cuentos recopilados por Abla Osman Omar

***

La mujer astuta

Una vez vivían en el bosque un hombre con su mujer que era mucho más joven que él. Vivían lejos de todo y de todos, pero el hombre temía siempre que la mujer lo traicionara. Como no encontraba paz, un día fue donde un wadaad y le preguntó qué podía hacer para asegurarse de la fidelidad de la mujer.
El wadaad quiso saber si tenía sospechas fundadas, le preguntó si había algún hombre del cual la mujer se hubiera enamorado. Pero el hombre respondía siempre que él lo sentía, pero que no había visto nada. Sólo miradas, comportamientos de la mujer dejaban entrever el hecho innegable – así sostenía – que en realidad pensaba en otro.
El wadaad, que era un hombre sabio, viendo que el hombre era más bien viejo y achacoso, le dijo que mientras se tratara de sospechas era mejor que se las quitara de la cabeza: “Terminarás arruinándote solo”, le dijo. “Cuando ideas equivocadas entran en la cabeza de los hijos de Adán, terminan por evocar al demonio....”
Pero el hombre no podía sacarse de la mente ese clavo. Otra vez el wadaad le aconsejó que razonara: si vivían lejos de todos y de todo, ¿cómo podía la mujer, con todo el trabajo que tenía que realizar diariamente encontrar el tiempo y el modo para traicionarlo?
”Las mujeres conocen todas las astucias”, respondió el viejo. “Claro que estamos lejos de la gente, pero a menudo tengo que ausentarme para llevar a los camellos a pastar y ¿quién puede decir qué sucede en esos momentos?” Y añadió, sin una lógica aparente, que no tenían hijos.
“Para los hijos hay que rogarle al Señor, altísimo y sublime, que les conceda esta bendición. Todo viene de Él y no tiene nada que ver la fidelidad de tu mujer. Para asegurarte de la fidelidad de tu casa habría un modo, pero ¿estás seguro de querer verificarlo?”
El wadaad era un hombre sabio y sabía que algunas veces la verdad puede más que la incertidumbre. Además, temía que con sus miedos el hombre de verdad hubiera puesto la mosca detrás de la oreja de la mujer. De todos modos, su deber era dar consejos a la gente y si la gente no quería seguirlos, entonces peor para ellos.
”Hay una fuente milagrosa cerca de una roca”, le explicó cómo llegar hasta ella y dónde se encontraba, “donde quien se baña y pronuncia un juramento, si dice una mentira, es tragado por las aguas. Lleva a tu mujer a ese lugar a la primera ocasión que tengas y hazle jurar que te es fiel”. El hombre se fue todo contento y al día siguiente, antes de llevar a los camellos a pastar, le dijo a la mujer lo que le había dicho el wadaad, convencido que ella misma habría estado contenta de someterse a esa prueba.
La mujer pensó bien lo que estaba por suceder y decidió tomar algunas medidas. Fue donde su amante, un joven que venía a verla cada vez que el marido se alejaba, y le dijo que fuera a un cierto lugar al día siguiente a las primeras horas del alba.
Así lo hicieron. A la mañana sucesiva, cuando el marido le dijo que se preparara, la mujer preguntó: “¿Es muy lejos ese lugar?”
“Medio día de camino”.
“Sabes que no estoy acostumbrada a viajes tan largos y temo que las piernas no me sostengas. Quisiera poder montar sobre un burro para ir contigo a ese lugar”.
El marido estuvo de acuerdo y preparó un burro para que lo montara la mujer y se pusieron en camino. Cuando llegaron al lugar convenido, la mujer ve desde lejos que su amante estaba esperando, tal como ella le había dicho, fingiendo pastorear algunas cabras.
Mientras se acercaban, la mujer pinchó al burro con una espina y éste, con un fuerte rebuzno se detuvo de golpe y luego se puso a correr como loco. La mujer, fingiendo sorpresa, se dejó caer al suelo y, cayendo, hizo que el guntiino se le enredara en la albarda. De este modo, cayendo, se encontró desnuda.
El marido, atento, detuvo al burro encabritado, luego lo agarró a bastonazos a más no poder: “Bestia estúpida, ¿qué te pasa? No eres más que un burro”, le dijo. Luego, recogió el guntiino y se lo devolvió a la mujer diciéndole que se vistiera porque un extraño la estaba mirando.
Todo terminó allí. El marido se aseguró que la mujer no se hubiera hecho nada y siguieron hasta la fuente milagrosa. Fue allí que la mujer hizo su juramento: “Marido mío, juro solemnemente que ningún hombre ha visto mi cuerpo desnudo, si no tú y ese hombre frente al cual me he caído viniendo hasta acá”.
El marido, finalmente curado de su obsesión, volvió a la casa satisfecho y, desde entonces no dudó nunca más de la fidelidad de su mujer.

La gratitud del hombre

Un hombre llegó un día con sus camellos a un pozo y tiró el balde pasa sacar agua. Como pesaba mucho se preguntó si por si acaso no hubiera tirado algo extraño y, efectivamente, vio que en el balde había una serpiente.
“Gracias por haberme salvado”, le dijo la serpiente. “Me había caído por error al pozo y no sabía como salir. Pero en el fondo hay todavía un chacal, un león y un hombre. Te ruego que los ayudes y que los salves. Pero no saques al hombre, te arrepentirás”.
El hombre se quedó perplejo ante estas palabras, pero luego tiró de nuevo el balde y sacó primero al león que le hizo un discurso análogo: “Salva al chacal, pero no saques al hombre, porque tanto no te demostrará su gratitud”.
El hombre sacó al chacal que le dijo lo mismo, pero pensó: “He salvado a animales, como era justo. Pero ¿puedo dejar en el fondo a un hijo de Adán, sin hacer nada por él?”
Echó de nuevo el balde y sacó al hombre. Este salió del pozo, le agradeció y se fue. El hombre dio de beber a sus animales y luego se puso de nuevo en camino. Pasó algún tiempo y llegó una gran sequía. El hombre vio a sus bestias morirse una a una y el resto de su manada se dispersó en busca de agua.
El hombre se fue al desierto para tratar de recuperar a los animales perdidos. Hacía calor y luego la sed y el hambre se apoderaron de él. Estaba por morir, cuando una serpiente apareció de repente de detrás de una roca y le preguntó: “¿Hombre, me reconoces?” “No, ¿quién eres?”
“Soy la serpiente que tú salvaste un vez del pozo ¿Por qué has venido al desierto?”
“Estoy buscando a mi manada que se ha perdido”.
“Quisiera ayudarte”, dijo la serpiente. “Tiéndete a la sombra de estas rocas y trataré de buscarte alimento”. Luego se puso al acecho y, apenas un dikdik pasó por esos lados, lo mordió y llevó la carne al hombre quien se reconfortó y pudo retomar su camino.
Pero por poco: luego vio a un león que se le acercaba y se asustó muchísimo. Pero el león lo tranquilizó.
“¿No te acuerdas de mí? Soy el león que salvaste del pozo, hace tanto tiempo. Pero ¿por qué te encuentras en esta difícil situación?”
El hombre se alegró de la suerte que se le había tocado y le contó su historia. Entonces el león le dijo: “Quiero ayudarte. Si me sigues por este camino, te llevaré a una fuente que nadie conoce porque la frecuentan sólo los leones. Todos están a la larga, pero yo permitiré que tu bebas”. Así hicieron y el hombre pudo resolver el problema de la sed. Agradeció al león y continuó su camino.
Desgraciadamente no lograba encontrar a sus camellos y un día, cuando ya estaba cansado y desmoralizado, se topó con un chacal. Era ése que él había sacado del pozo y, como gratitud, le pidió que lo ayudara.
“Tengo hambre y no sé qué hacer porque no soy un cazador”.
Dicho y hecho, el chacal se puso a correr y fue hacia un campamento cercano donde hacía poco habían matado a un cabrito. Se puso al acecho y, aprovechándose de la distracción de la gente, robó el cabrito y se lo llevó a su amigo, el cual pudo alimentarse y retomar su viaje.
Así llegó al campamento donde el chacal había robado el cabrito. Visto que todavía tenía consigo la piel, un hombre que estaba allí lo acusó de robo.
“Tú fuiste quien robó mi cabrito”, le dijo.
Fue inútil que el hombre tratara de dar explicaciones, aquél gritaba a más no poder. De repente, el acusado se acordó de algo. Miró al hombre que lo acusaba y se dio cuenta que era el mismo que él había salvado del pozo.
“Pero ¿tú no eres ese Tal?”, le preguntó, “Ése que un día yo salvé del pozo en el que te habías caído?”.
“¿Yo?” respondió el hombre. “Ni pensarlo”. Luego, avergonzándose por su ingratitud, para no tener que responder a preguntas embarazosas se fue diciendo: “Este hombre tiene que haberse vuelto loco por el calor. Háganle pagar el cabrito y dejen que se vaya”.
El hombre se fue. Mientras, los animales se habían puesto a buscar su ganado y lo habían encontrado. Se lo devolvieron. El hombre les contó su aventura y ellos comentaron: “¿No te habíamos dicho que dejaras al hombre en el pozo? ¿No sabes que no existe animal más ingrato que el hombre?”.

La burra y la cabra

Dos vecinos tenían uno una cabra y el otro una burra. Ambas estaban preñadas, pero la noche en que parieron, la cabra dio a la luz un cabrito muerto.
Entonces, su dueño enterró el cuerpo a escondidas, cuando supo que la burra del vecino había parido un lindo burrito. Luego esperó que se hubiera acostado, entró al corral donde estaba la burra y robó el burrito.
A la mañana siguiente tuvo el descaro de ir por ahí diciendo: “Mi cabra ha parido esta noche”. El vecino, no encontrando al burrito junto a su madre, se preguntó qué había pasado. Fue donde el vecino y vio que junto a la cabra había un lindo burrito que mamaba la leche de sus mamas. “Pero ése es mi burrito”, dijo de inmediato.
“¿Cómo puedes decir eso?”, respondió el otro. “¿No ves como mama satisfecho la leche de la madre?”
En resumen, empezaron a pelear y la cosa terminó ante el juez.
El asistente del juez era un hombre poco inteligente y corruptible. Aceptó dinero de parte del dueño de la cabra y emitió un veredicto favorable a él, después de haber fingido escuchar las razones de los dos.
“Dios es grande”, concluyo. “Para Él, todo es posible y las razones del dueño de la cabra me parecen indiscutibles”.
Pero el dueño de la burra no estaba satisfecho y pidió que también se pronunciara el juez. Su sustituto, aún sabiendo que el juez no se incomodaba fácilmente por pequeñas cosas, lo mandó a llamar. El juez, que había escuchado todo, mandó decir que no podía ir al tribunal porque ese día tenía la menstruación.
El ayudante se echó a reír. “Pero ¿desde cuando los hombres tienen la menstruación?”
El juez entonces entró y dijo: “Desde cuando las cabras paren burros, naturalmente”. Y lo echó.

Abla Osman Omar nace en Mogadiscio (Somalia) y reside desde 1990 en Bolonia, donde contrae matrimonio, y es madre de una hija, Samia, de 13 años. Después de haber realizado los estudios superiores en Somalia, con el diploma conseguido en el año escolar 1984-1985, frecuenta cuatro semestres en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional Somalí. En Italia se titula en Historia oriental en la Facultad de Letras de la Universidad de Bolonia en 2002 con una votación de 110 con honor, con una tesis sobre el léxico jurídico somalí. Habla varios idiomas: somalí, italiano, inglés, árabe y un poco de francés. Ha publicado varios artículos sobre Somalia, ha escrito un libro para la editorial Pendragon de Bolonia, Somalia (1998) y, en colaboración con el marido (Giulio Soravia), Manuale pratico di lingua somala (Manual práctico de lengua somalí), Bolonia 2007, en la colección Studi orientali del Departamento de Estudios Lingüisticos y Orientales de la Universidad de Bolonia. Tras varias experiencias, opta por no enseñar y se dedica a la hija y a la casa. Actualmente es dueña de un estanco en Bolonia.
Traducido por A.M. Gabriela Bustamante Escobedo

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Anno 6, Numero 26
December 2009

 

 

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