Telón abierto. Este espectáculo que creemos haber organizado se está superando a sí mismo en el modo más imprevisto. Desborda como el agua de un río, para evidenciar aún más nuestra calidad de estrellas. Juegos de agua, los podríamos llamar.
Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
“Peter, ¿has visto el noticiero?”, me pregunta Audrey.
¿Una estrella mira la tele en su jaula dorada? ¿Existen las antenas en el Olimpo? Sí, mira el telediario, como un hombre cualquiera.
“Sí.”
“¿Escuchaste lo que sucedió en Praga?”
“Por supuesto, era la tercera noticia. Pobrecitos.”
Una tremenda inundación había sepultado a Praga en el lodo. Cientos de muertos, miles sin una casa, desesperación a más no poder.
“Ayudémosles. Hagamos algo por ellos”, dice Audrey.
“¿Como por ejemplo, qué?” Ella siempre tiene una gran idea benéfica. Finjo hacerle caso.
“Un gran espectáculo en directo, mundial. Desde Praga.”
“¿Como qué?” le digo. ¿Qué sabemos hacer nosotros que no se pueda repetir tres veces antes de hacer la toma definitiva? ¿qué tenemos que ver nosotros con un lugar tan arruinado donde no nos podemos retocar el maquillaje? A mí, por mí, no me importaría, pero una como ella, ¿dónde piensa que puede ir sin sentir la urgencia del maquillador?
“Una tragedia. De Shakespeare. De Sófocles. Hamlet, Edipo rey. Hay mujeres protagonistas ¿no?”
“De inmediato. Para subirles el ánimo. Nos ven y se sienten mejor, ya verás.”
“¿Y los ensayos?”
“Recitamos con el texto en la mano, así lo leemos. No hay tiempo para ponerse a pensar demasiado. Algo espontáneo, vital.”
“No lo sé, ¿no podemos hacer una colecta desde aquí?”
“Peter, pero tú no lo quieres entender. La colecta ya la hicimos para los niños de Afganistán, hace dos años. No podemos repetir lo mismo cada dos años. Hagamos algo diferente.”
No sé como dejé que me convenciera. Tal vez la pelota amarilla y negra que flotaba en el lodo durante el noticiero de las diez de la noche. ¿Y donde estaba el niño? Esta pregunta sin respuesta me convenció. Sí, había que ir para allá a hacer el espectáculo. Llamo a mi agente para preguntarle cuántos años tiene Edipo en el Edipo rey. No habrá sido un viejo chocho, se espera. Hamblet lo excluí a priori porque me traía a la memoria la primera vez que me rechiflaron. También fue la última, luego llegó el éxito. Pero soy supersticioso, este es el motivo.
“Pero Edipo se casa con su madre”, lo hace.
“Ah!”, le digo pasmado. Esto no le gustará a Audrey, no tanto por la cuestión del matrimonio sino por la edad de la protagonista femenina. La madre de un rey de unos cuarenta años (es decir, mi edad) no puede ser una jovencita. A Edipo le gustaban las viejas. Pero si para Audrey es tan importante hacer beneficencia, algún rugoso sacrificio tendrá que hacer ¿no?
“Oye, Stan, lo hacemos y se acabó. Organiza todo y avisa a los periodistas. Si queremos tener una buena colecta, tenemos que hacer una buena publicidad.
“¿Cuándo quieren salir para Praga?”
“Apenas hayan terminado de limpiar esa inmundicia.” Le digo a Audrey:
“Hablé con nuestro agente. Está todo listo, salimos lo antes posible.” Tengo que decirle lo de la madre: “Ah, ¿sabías lo de la mujer de Edipo, que creo interpretarás tú, no?”
“Si querías decirme que es su madre, ya lo sabía. La interpreto igual, tanto es por una buena causa.”
A la mañana siguiente, Stam me manda el texto de Sofocle por mensajería. Lo leo. Una maravilla de perfección. Edipo parece más viejo que yo. No importa, tanto es por beneficencia. No alcanzo a terminar que me empiezan a acosar de llamadas. La noticia se ha difundido. Todos quieren participar de alguna manera. Llamo a Audrey:
“Sí, pero esta tragedia tiene a duras penas cuatro actores. No es que ahora podamos encontrar otras partes de protagonistas para ésos que se han despertado a última hora. ¿Por qué no tuvieron ellos la idea?
A los demás actores los escogemos entre nuestros amigos comunes y nos damos cita al día siguiente en mi casa.
Pero no nos juntamos porque todos estamos muy ocupados. Demasiado ocupados. En el entretanto, las calles de Praga quedan sin lodo y nuestro viaje se acerca. Sin ensayos. Sin trajes adecuados a la obra.
“Pero, algo de este tipo queda mejor si es improvisado. Teatro vida, esto es lo que queremos llevar adelante. Teatro bueno”, dice Audrey.
Entonces, no hacemos nada y llego confundido a la partida. Stan ha organizado todo.
“¿El barro?”
“Todo limpio. Plazas inmaculadas, edificios brillantes. Vamos.”
El océano. Europa. Su Este. Ya no reconozco la luz azulada de Praga. El aire es más oscuro, como si algo lo hubiera contaminado. Tal vez es sólo una impresión, tal vez es el inicio del otoño. La última vez que vine era mayo.
“Peter, llegamos al hotel”, me dice Audrey.
El taxi está detenido y yo me había distraído mirando las consecuencias de lo que ha ocurrido. Las hay, y muchas. Hoyos en el asfalto, profundos como cráteres, casas desangradas como las tiendas, ojos vacíos sin vitrinas.
Y eso que esto es el centro, la zona que han tratado de arreglar, sabiendo que estábamos llegando. Bueno, tal vez no es sólo porque estábamos llegando, pero eso también ha contado algo. Hotel fabuloso, tiene un hall arreglado por manos hábiles como un set. Esto también debido a nosotros. Potentes dioses apenas bajados de un cielo poco nublado. Por esto fue que bajamos, de otro modo nos hubiéramos quedado en el Olimpo.
La mía es la suite en el último piso. Desde mi habitación se ve la catedral. Creo que sea ésa, porque viajo siempre como un estúpido. Voy a miles de lugares y miro sólo las habitaciones del hotel y los locales. No puedo pasear, si no todos me reconocen. El defecto de la vida de divinidad es el culto que hay que pagar.
Quiero sólo dormir.
“¿Nos vemos en mi habitación para el ensayo, esta noche? Vienen también Tom y Matt.” Audrey no es una que suelta la presa.
“Estoy cansado, pero tienes razón. Por lo menos una vez tenemos que ensayar, no hay caso.” Esperemos que no llueva más, sobre todo pasado mañana.
“A las ocho. Adiós, querido.”
“Hasta luego.”
Como un bocadillo mirando la tele por cable y abro una lata de naranjada. Están dando Imitación a la vida, una película con Lana Turner que para mí es absolutamente un cult. Es la historia de una actriz de teatro, de su gobernanta y de las hijas de las dos, una que no se siente amada y la otra que, como es de piel clara, no acepta el hecho de ser por mitad negra. Lana Turner renuncia a todo por la carrera, se vuelve rica y famosa, pero luego se arrepiente. ¿Por qué arrepentirse? Pan y naranjada están en todas partes, uno los puede conseguir de todas maneras, incluso si se es rico y famoso. En cambio, el resto no. Por ejemplo, las calles arregladas en ocasión de su llegada. Pan y naranjada en un hotel súper lujoso. Es esto lo que hace que no te arrepientas de nada.
Es hora de ir donde Audrey. Viste un mono y ha preparado cuatro sábanas. Cree que así pareceremos más griegos. En cambio, pareceremos sólo más tontos. Matt destapa una botella de champaña y la bebemos riéndonos. Luego, destapa otra y la terminamos recitando. Otras cosas que hacen que no te arrepientas de nada.
“¡Madre mía! Este Edipo no tenía nada mejor que hacer que irse a buscar problemas”, dice Tom.
Efectivamente, tiene razón. “Pero no es ni siquiera culpa suya. Al padre lo mató sin saberlo, se casó con la madre sin saberlo, descubre la verdad sin saberlo.”
Mi padre. Uno que yo habría tenido que matar, si no hubiera decidido eliminarse por sí mismo. Con mi madre me casé sólo en los sueños de un niño, porque murió cuando yo tenía seis años. ¿La verdad? La verdad es un argumento sin importancia, por así decirlo.
“¿Quieres otro poquito de Crystal?”
Champaña para estrellas. “Sí, gracias.” Lo bebía también mi padre. No tengo un pasado pobre, tengo sólo un padre cabrón.
Edipo, al final, se quita la vista con la hebilla del cinturón de la madre, la misma que ella usó para ahorcarse. Yo finjo quitarme la vista con una paleta para el hielo y bebo un poco más de champaña. La sábana se cae y la arrastro por el saloncito estilo imperio.
“Hermosa, esta historia”, dice Matt. "Y tú lo has hecho fantástico.”
“Maravilloso”, se conmueve Tom.
“Valía la pena ¿verdad?”, sonríe Audrey “Eres grande.”
Halagos entre actores. Siempre sinceros, siempre convencidos. Somos todos buenos ¿no? Todos irrepetibles. Estoy contento con mi Edipo. Claro, tendríamos que leer la parte, per no importa. Pero ¿esta gente entenderá inglés?
“Buenas noches, chicos. Hasta mañana.”
Mañana quiero dar una vuelta de incógnito. Adoro pasear de incógnito, porque soy tan famoso que cuando alguien me reconoce le parece que ha tenido una visión. Cuando muevo apenas la cabeza para confirmar mi identidad, me siento fantástico, aunque esto no valga nada. Voy a ir ver esa iglesia que se ve de la ventana de mi habitación.
Y pasado mañana actuaremos a lo grande. Están todos invitados. Espectáculo gratuito para los pobres, porque todo está pagado con los derechos televisivos y las donaciones con tarjeta de crédito. Lo trasmitirán en mundo visión, esta chorrada con nosotros que leemos una tragedia griega traducida al inglés. Y estará escrito en letras cubitales que no ganamos nada. Letra cubitales, porque Stan no se dejará escapar la ocasión para hacer hincapié en esto. Letras cubitales subrayadas. Los desgraciados se sienten agraciados por el cuidado de los dioses, y los dioses somos nosotros, y todo termina en gloria. ¿Por qué somos tan magnánimos?
Fui un cretino al aceptar esto. Tenía que quedarme en Hollywood y hacer un depósito en la cuenta de estos inundados. Estoy en la cumbre de mi carrera. ¿Qué motivo tenía para hacerme notar? Recién me gané un Oscar ¿qué más quiero? ¿El Nóbel por la paz? Odio recitar en directo, aunque hice teatro durante años. Hay que labrarse la carrera. Cuando te equivocas es irremediable, pero en esas condiciones todos me perdonarán, ya lo sé. Me amarán porque he corrido el riesgo.
Buenas noches.
A la mañana siguiente voy a la iglesia y a dar un paseo. Me dejo reconocer por todos porque quiero hacerlo. Me preguntan por Audrey. No, a ella, en cambio, no le gusta mostrarse como a mí. Es más discreta, o quizás tiene miedo de parecer menos bella en persona. Tom y Matt visitan en forma privada a los ricachones y a las celebridades locales. Cada uno tiene sus pequeños vicios, bajo este cielo de falsas estrellas.
Vuelvo a mi habitación un poco contrariado. Pensaba que mucha más gente me habría detenido, que habría osado rozar mi brazo. Tal vez aquí al cine americano no le va muy bien. Pero no, es imposible. Se ve que se averguenzan más, se ve que no podían creer lo que veían sus ojos cuando me divisaron por la calle.
A quien le importa este lugar abandonado de Dios y, por lo que a los hombres se refiere, recordado sólo por nosotros, hasta mañana. Luego los ojos de todos se posarán sobre este lugar un poco deprimido y afligido por monstruosas intemperies.
Últimos ensayos no oficiales, esta vez en mi habitación.
“Algo breve, como ayer ¿verdad?”, le pregunto a Audrey, la primera en llegar. “Aún más breve, porque Tom y Matt no están.”
“¿Cómo que no están?”
“Otros compromisos. No tomaron la cuestión en serio.”
“¡Diablos! ¿Yo que me gané el Oscar y estoy aquí y ellos, en cambio, se permiten faltar a los ensayos? ¿Crees que, por lo menos, se dignarán a participar en el espectáculo?
“Han dicho que mañana entran al escenario antes que nosotros. En fin de cuentas, recitamos con el texto en la maño.”
“¿De veras vienen mañana? ¡Qué gran honor!”, estoy picado, más que nada porque ellos han logrado una velada mejor que la mía. Audrey y yo repetimos hasta tarde nuestra parte y también la de ellos, si no parece que recitáramos contra una muralla, sin la otra parte del diálogo. Al diablo, somos demasiado serios y ni siquiera se me ocurre destapar la champaña.
El único momento de terror es cuando llamamos a Harvey y él no está en la casa. Su móvil está apagado. “Y ¿dónde habrá ido a las diez de la noche a catorce años?”
Tampoco está su abuela. “Y ¿dónde habrá ido a las diez de la noche a setenta y cinco años?”
Después de cinco minutos de angustia nos acordamos del huso horario. El niño va al colegio, en la mañana. Y su abuela se las arregla, esto es seguro.
Harvey es nuestro hijo, de cuando estábamos casados, yo y Audrey. Quería traerlo, pero Audrey ha dicho que perdía demasiados días de escuela y que no teníamos que hacerlo sentir anormal llevándolo de aquí para allá como a un muñeco. Yo creo que se habría divertido. En cambio, ella donde no tiene sus esmaltes y las joyas se siente siempre la provinciana que era y quiere que a nuestro hijo no se le vayan los humos a la cabeza. Me parecía simplemente una buena idea traerlo a Europa. Pero ella no quiere escuchar. Por esto no me dan ganas de abrir la champaña.
Una de las mujeres más deseadas en el mundo y yo no veo la hora de que se vaya a su habitación.
Hago conjeturas sobre Edipo y Harvey. ¿Acaso la belleza y el éxito de su madre corromperán su relación? Tal vez él quiere matarme y tomar mi lugar en la vida de ella. Pero ¿qué lugar? No hay lugar para nadie en la vida de Audrey y creo que, por fin, también él lo ha entendido. Somos dos errantes sin Yocasta, sin madre, ni hermana, ni amante. Él vive conmigo y, por estos días, ha ido donde la mamá de Audrey. Pésima madre, discreta abuela.
Bien, ahora está saliendo del colegio. “Hola, Gu.”
“Papá, ¿cómo estás? He visto que me han llamado. ¿Cómo está mi mamá?
“Sí, nos confundimos con la hora. La mamá está fantástica, como siempre.”
“Y ¿cómo están esos pobres inundados?”
Gu no es como nosotros. Él sufre realmente por aquellos que viven una desgracia. Será la edad.
“Todo ha vuelto a la normalidad. Aquí está todo bien. “ Miento. En realidad, no me he informado sobre la situación, sino sólo sobre lo que me interesa como Edipo, mientras soy Edipo. Tal vez habría tenido que hacerlo, pero, tanto, dentro de dos días parto.
“¿Cuándo vuelves?”
Esta es su pregunta preferida. Preferida, no lo sé, pero es la que en su vida ha hecho con más frecuencia, pobrecito.
“El martes. ¿Qué quieres que te lleve?”
Un tiempo le llevaba un juguete, pero ahora está grande y nunca sé qué llevarle. “Nada, no me hace falta nada.”
No me merezco a este hijo. Y tampoco Audrey se lo merece. Lo llena de vestidos firmados que él se pone sólo cuando va a verla y ella lo lleva a lugares absurdos para uno de catorce años. No, él no corre el riesgo de enamorarse de su madre. Una mujer perfecta, pero sólo en dos dimensiones. “Dale saludos a la mamá. No la llamo para no molestarla”
Él sabe con quien se las tiene que ver. “Hasta luego, tesoro.”
Enciendo la tele para ver si hablan del espectáculo. No entiendo ni una palabra, pero reconozco mi cara incluso en otras lenguas. Ah, ahí estamos. De la excitación del locutor, comprendo que este espectáculo es un evento para todo el país. Por tanto, no hemos venido en vano. Lo sabía que habría sido así. A lo mejor, pasado mañana me reconocerá mucha más gente. Lástima que pasado mañana parto. Volveré con Harvey el próximo verano.
Apago y me voy a acostar. Mañana es el gran día. Un gran día como tantos grandes días de mi vida y, tal vez, incluso un poco menos grande que otros. Pero estoy haciendo beneficencia y estos son siempre cien mil puntos más en el gran puntaje estelar de la caridad interesada.
Buenas noches, Gu.
Me despierto y todavía parece noche. En cambio es una mañana plúmbea. Me acuerdo justo de un verso que repetía ayer en la noche. “Ay, oscura nube de tiniebla que indecible incumbes sobre mí, indomable y portadora de desaventura.” Extraño, me sé de memoria una notación climática del Edipo Re. Con el clima tiene poco que ver, pero a este cielo le pega mucho.
“¿Será el caso de suspender todo?” le pregunto a Audrey. Está bien la caridad, pero aquí se plantea demasiado fangosa.
“Lo estoy pensando yo también”, me dice. Pero la máquina del espectáculo ya se ha puesto en movimiento y ya han llegado los periodistas. No podemos mostrarnos cobardes justo nosotros, y justo ahora. Hay que continuar, cueste lo que cueste. Llueve un poco, pero no demasiado. Por suerte, a mediodía un rayo de sol, que tras una hora se amplía. A las dos bajamos a almorzar con los periodistas y las autoridades. Nos corresponde, tal como la rueda de prensa que sigue. Audrey y Matt explican a los presentes que somos actores y que recitaremos. Era necesario aclarar nuestra posición. Vuelvo a mi habitación, me ducho, cae la tarde. Ni siquiera me pongo a pensar que teníamos que hacer otros ensayos, porque somos demasiado expertos y desenvueltos. Me llama Harvey para desearme suerte. “Conoces los husos horarios mejor que yo, esto es seguro. Te abrazo, tesoro.” Parece que le estoy diciendo adiós para siempre. “Mira, papá, que nos vemos dentro de dos días. Adiós, majo!!” El Edipo Rey me ha contagiado y hago una tragedia de nada.
Corre viento en la terraza, tanto debido a la hélice del helicóptero como a ese frente de nubes que parece ser barrido lejos. En pocos minutos llegamos a la plaza, que ya está repleta de gente. Bajamos desde lo alto, como los dioses de las tragedias griegas. Se está oscureciendo.
Tom y Matt se divierten, Audrey está preocupada de controlar cada expresión y se tira hacia atrás el pelo, yo miro. Hay una muchedumbre enorme. Increíble cómo las personas como nosotros gobiernen a las mareas humanas. Somos más potentes que los tiranos griegos.
Entre los bastidores. Nos espera el maquillaje. Poca cosa, como poca cosa son los trajes, simples túnicas blancas con capas color cuerda. La mía es roja. “¿Por qué no salimos al inicio vestidos tal como estamos ahora, luego nos ponemos la capa y sólo al final la túnica?, propone Tom.
“Buena idea”, digo de inmediato. Me gusta. Da la idea del espectáculo in fieri. Además, las ideas mejores vienen siempre al último momento.
Lavados, planchados y maquillados. Estamos listos. Un tío distribuye las hojas en las que está escrita, bien en grande, nuestra parte. Casi la he aprendido toda, no tendré que consultar mucho.
La escena es un fondo blanco con algunas columnas, una gran puerta roja al centro, dos puertas azules laterales más pequeñas y dos sillas de madera Luis XIV que sirven de trono para mí y Yocasta. Son lindas también las luces y linda es la noche, por suerte. En muchos puntos de la plaza y de la ciudad se han puesto enormes pantallas para que todos puedan vernos. Menos mal, así me ilusiono que sea el cine y, tal vez, me pasa un poco este miedo del escenario. Hamblet, Baltimore, dieciséis años atrás.
Lo tenemos todos, ahora que estamos aquí detrás esperando salir.
“No soy capaz de salir” – dice Audrey – “Yo escapo.”
Pero ella, lo sabemos todos, es la que tiene menos miedo de todos.
Tom ya se ha puesto verde, porque dentro de poco es su turno.
Vale, tengo que salir. Voy, voy, voy, voy. Ahora voy, voy, voy, voy.
“Oh, hijos de Cadmo el antiguo, ¿qué hacéis allí sentados ornados de ramos como los suplicantes?
La ciudad explota de humo de incienso, de cantos y de llanto.”
Cómo es verdad lo que digo. Cómo corresponde a lo que veo, a esta gente que llora y que viene hasta aquí a escuchar a uno como yo, que, en fin de cuentas, está recitando una poesía.
“No sería un hombre si ahora no probara piedad por vosotros.”
Y la siento, completamente, la pena por estos pobres diablos. Soy un rey ¿o no? Vivo en un lugar lejano y feliz, lejos de ellos, lejos de sus casas desechas y empapadas. Recito mi parte y ellos me aman. Soy sólo más suertudo que Edipo, porque yo sé quien soy. Pobre Edipo, que horrible descubrimiento tiene que hacer en este cielo oscuro que se llena de relámpagos. Empieza de nuevo a llover.
Aquí está Tom que recita la parte de un sacerdote, luego Matt que recita Tiresias, el adivino ciego. Luego vuelve Tom en la parte de Creonte, mi tío cuñado.
Hablamos al reparo de nuestro escenario con la capa que nos hemos puesto hace poco. Y por suerte, porque ahora hace frío. El público sin cobertura está empapado, pero sigue pegado a las sillas.
El nuncio y el otro nuncio, que son siempre Matt y Tom, me revelan mi nacimiento, mientras Yocasta, que ya sabe todo, no quisiera, amor de madre, que yo entendiera lo que he hecho. “Desdichado, que tu no sepas nunca quien eres!!”
Soy un afortunado, eso es lo que soy, porque el agua del río está invadiendo la plaza y ellos están allí sumergidos hasta las rodillas en mundo visión, porque nosotros hemos decidido, en un gesto de bondad, no interrumpir la representación.
La lluvia aumenta, y aumenta el río e invade las hileras de sillas y de nuevo las casas. El público sigue ahí, aunque sabe que en este momento, quizás, está perdiéndolo todo. Su casa, que no es mi mansión, su Yocasta, que es sólo su vieja madre. ¿Qué es lo que los tiene ahí en las sillas? No ven la realidad, distraídos como están por la ficción. Necesitan nuestro permiso divino para escapar gritando, para correr a casa.
Miro todo desde lejos, aunque está aquí, frente a mis ojos. Yo también distraído por lo ficticio. Y mis colegas dioses como yo. Yo tampoco sé quién soy, como Edipo.
Un paso tras otro bajo a la platea. “Échame lo más pronto de esta tierra, donde a ningún mortal pueda yo hablar.”
Me alejo del escenario y no escucho lo que recitan los demás, hasta que ellos se acercan. Delirio en la plaza, delirio en mí. Praga es mi Tebas, esta bajada al cieno es mi castigo por haberme encerrado en una jaula de lujos. Me arrodillo y el lodo me llega a la garganta. Espero que Harvey me esté mirando.
La lluvia aumenta, el nivel del barro sube. Me adentré en la muchedumbre y volví. He terminado y estoy agotado por esta lluvia y por este Edipo.
“Donde no se considere feliz ningún mortal, antes de que haya transcurrido el final de la vida sin haber sufrido nada de doloroso.”
Un estruendo y un fragor. Los aplausos y el entusiasmo de la gente, a pesar de todo. Se levantan de ese cieno que los sumerge hasta las rodillas y ya se han alineado los bomberos – demasiado pocos – alrededor para facilitar la salida de la multitud. Si creen, mejor para ellos.
Para nosotros está el helicóptero militar que nos espera, con un cordón de policías – demasiados.
No hay tiempo para cambiarse. Nos subimos de un salto. Somos personas entrenadas por sesiones de gimnasio y masajes. Un salto para volver al lugar de donde vinimos, en un cielo de nubes azuladas.
“¿No será peligroso volar con este mal tiempo?”, pregunta Matt.
“Menos que correr allá abajo”, Tom indica hacia abajo.
“Estoy muerta”, dice Audrey.
“Destruido”, digo bajando la mirada. Así llegamos hasta aquí, con nuestros buenos propósitos. Y así nos vamos, en vuelo.
Una nueva oleada de fango. Gente que huye de todos lados, sin banda musical, con pocos gritos y poco ruido.
“Donde no se considere feliz ningún mortal, antes de que haya transcurrido el final de la vida sin haber sufrido nada de doloroso.” No me considero feliz ni siquiera yo que me estoy yendo en gloria. Nos dicen que volamos hacia un hotel fuera de la ciudad. Algunas sacudidas, un par de escalofríos, sobre todo de frío por los vestidos mojados.
“¿Y nuestras cosas?”, pregunta Tom.
Justo, ¿cómo me cambiaré?
“No se preocupe, nos tomamos la libertad de transferir vuestras maletas a las nuevas habitaciones.”
Muy bien. Deseo seguir en lo alto. No quiero volver a la planta baja de esta tierra. En la habitación el agua caliente no falta. No quiero encender el televisor ni intuir qué es lo que está pasando en idiomas incomprensibles. La ignorancia es una excusa mezquina, pero soy un extranjero y una estrella y, dicho esto, me sumerjo en la tina de baño.
Me llama Matt: “¿Has visto la televisión contigo que dragas el fango de rodillas como un santón? Has entrado en el mito, ¿te das cuenta? Y luego, una desgracia en directo mundial conmueve a todos.”
“¿Tú crees?”
“Verás que las ayudas llegarán luego. Hemos cumplido nuestra función. “
Nuestra función. Entonces, enciendo la tele, pero me llama Tom: “¿Has visto?”
“No, me lo ha contado Matt.”
“Increíble, nuestra empresa. Quería decirlo a Audrey, pero ha desconectado el teléfono porque estaba cansada. Ha sido una gran trabajo.”
“Tú crees?”
Un gran trabajo. Con el telón abierto desaparecimos en una nube negra. Nuestra bajada entre los mortales se ha concluido. Un gran trabajo. Muy estético. Pasa la última noche y llueve a cántaros siempre.
Y ahora el mismo helicóptero de ayer nos lleva al aeropuerto y por encima de las nubes negras, más allá de las cuales veré a mi hijo.
Volvemos a nuestras casas secas, donde nuestro único problema es quedarnos dormidos.
Traducido por: A.M. Gabriela Bustamante Escobedo