Giggi, hoy es tu cumpleaños. No sé que harás tú, pero yo he decidido celebrarlo.
Lia, mi dueña de casa, es la invitada. Está por allí, en el salón delante de la tele y yo estoy aquí en la cocina preparando las berenjenas. Antes las tosté lentamente sobre el fuego, ahora las he puesto en el agua fría para quitarles la cáscara y luego las voy a cocinar con las cebollas y los tomates, como las preparaba mamá. ¿Giggi, te acuerdas cuando nos metíamos en la cocina, junto a la mamá, para preparar nuestras paranthe? Nunca lograba extender la masa en formas redondas o cuadradas; todas las paranthe me salían irregulares, pero la mamá me las cocinaba tal como estaban.
¿Sabes que ahora aprendí a hacerlas bien? Perfectas en sus formas, redondas o cuadradas, con una masa de hoja fina que se derrite en la boca. A Lia le gusta mucho comerlas. Le enseñé como se hacen las paranthe, los roti y los naan. El mes pasado nevó mucho y era muy difícil ir hasta el pueblo para comprar el pan y cociné roti, para mi y para ella, paras varios días.
En fin de cuentas, nuestros roti no son tan distintos a las piadine que hacen aquí, es suficiente utilizar la harina refinada y agregar un poco de levadura a la masa. De todas maneras, yo prefiero los roti con la harina integral. Lia también. Ella dice la hacen ir al baño. Mis amigos afirman que sé guisar bien los platos hindúes. Pienso que cuando cocino yo no tienen que pagar, mientras que si se fueran a un restaurante sí, por lo tanto, es fácil que cubran de alabanzas mis capacidades culinarias. Pero creo que es verdad: he aprendido a cocinar muy bien.
¡Giggi, sabes como es extraño aquí! Tú tienes sólo un año más que yo, pero no puedo llamarte por tu nombre. Para mí eres sólo Giggi, mi hermana mayor. En cambio Lia tiene casi 74 años y la llamo por su nombre, como si fuera una coetánea mía. Aquí se usa: llamar a todos por su nombre. No hay nadie que te llame hermano o tío. Hoy cumpliste 31 años. Cuando era un niño pensaba que la gente de 31 años era muy vieja, pero aquí tener 31 años es como ser todavía niños. A menudo las chicas no se casan antes de los 35 o 38 años y muchas veces conviven sin casarse. No quieren tener hijos. A lo más uno, pero si no llega les da lo mismo. Todos quieren vivir su vida y, en fin de cuentas, cada uno piensa sobre todo en sí mismo.
Cuando hace calor Lia también se pone el bikini y se tiende al sol, sobre una manta, en el campo. Al principio me parecía muy raro. Me daba vergüenza verla así, la miraba sólo a escondidas. Después, poco a poco, me acostumbré a ver su cuerpo. Cuando estaba a mi alrededor sin ropa, desnuda, ¿cómo podría no haberla visto? Su cuerpo de mujer. De mujer vieja. Al final, el cuerpo sólo es un cuerpo, nada más. Tardé mucho tiempo para comprenderlo.
Pero incluso cuando uno lo comprende, nuestras historias, que viven dentro de nosotros, no nos dejan cambiar tan fácilmente. Había entendido que el cuerpo es sólo un cuerpo, pero no lograba estar en pantalones cortos delante de ella. Me decía: “¿Cómo puedes estar siempre tan abrigado? ¿En tu país los hombres también tienen que cubrir sus cuerpos como las mujeres con el velo?”
Era inútil hablar con Lia sobre las diferencias entre los musulmanes y los hindúes. ¿Cómo podía hablarle del sentido de vergüenza, respecto a mi cuerpo, que te enseñan desde pequeño, si no logro explicarlo ni a mí mismo? ¿Y cómo se puede hablar de estos temas con los demás?
Tardé un poco, pero al final lo conseguí. Se necesita coraje la primera vez porque nunca lo has hecho antes, pero después te das cuenta de que estos miedos son ridículos. Ahora, en verano, yo también paseo con los pantalones cortos y sin camiseta. Las primeras veces me parecía que todos miraran mi cuerpo singular y quizás se rieran. ¡Ahora pienso que todos somos extravagantes y que a ninguno le importa un bledo mi cuerpo extraño! ¿Y quién me mira aquí? Está sólo Lia.
Tengo que preparar el massala para cocinar el pollo. Voy a cortar las cebollas, unos dientes de ajo y unos trozos de jengibre, luego los voy a licuar. Mientras hago todos estos trabajos, seguiré hablando contigo. Las frases de tu carta me bullen en la cabeza. Perdí mi autobús de línea habitual y regresé a casa tarde. No pasé a saludar a Lia, pero tal vez estaba esperándome. Me sentí llamar por detrás y me entregó tu carta. Ni siquiera la he abierto. Ya sé lo que me has escrito. Siempre escribes las mismas cosas. No sé qué contestarte Giggi. Cada vez que me siento para escribirte, no logro pensar en nada. ¿Te acuerdas cuando éramos pequeños y hablábamos? ¿Por qué ahora hemos levantado estas barreras entre nosotros? No logro comprender lo que me dices y no consigo decirte nada de todo lo que quisiera decirte. Sólo de esta manera puedo hablar contigo, con las palabras que se quedan encerradas dentro de mí.
Emilio, el perro de Lia, llegó a la cocina. Tal vez sintió el olor a pollo. Se sentó frente a mí y me empezó a mirar con dos ojos que te hacen pensar en los niños desnutridos de Etiopía. Parece que, pobrecito, no ha comido hace dos días. Sé que es toda una farsa, pero me gusta darle de comer de mi plato. Lia dice que lo he mimado. Quizás sea así. En estos días, pobrecito, tiene tres puntos en la cabeza con un vendaje. Parece que ha salido de una película. Algún tonto del pueblo hizo esta bravata.
Emilio es un perro cariñoso. Nunca le he oído ladrar. Digamos que es un poco extraño, pero en el buen sentido de la palabra. No es normal que un perro sea así, que esté listo para seguir a quienquiera, con su cola que se mueve como el limpiaparabrisas del coche cuando llueve. ¿Quién sabe si existen los perros Down? ¿De todas maneras, qué puede hacer un perro así delante de los matones del pueblo?
Lo chicos del pueblo le tienen tirria a Lia. Vienen por la noche y escriben obscenidades sobre la pared delante de nuestra casa. A veces tiran piedras a las ventanas. Antes no lograba comprender la causa de esta aversión. Puedo entender que los chicos le tengan tirria a los extracomunitarios, a la gente como yo que tengo la piel más oscura. Pero ¿por qué le tienen tirria a una viejecita de 75 años? No lograba entenderlo. Luego, un día le pregunté a Lia por el tatuaje en su brazo y así comprendí. Lia es hebrea.
Cuando tenía 11 años, la llevaron a un lugar horrible. Lia lo llama campo de concentración. Dicho de esta manera parece un sitio para hacer latas de tomate o tubos de leche, pero Lia dice que era un lugar espantoso. Era una prisión donde murió su familia. Los padres, el hermano que tenía 16 años, la hermana que tenía 2 años menos que ella. Aquel tatuaje es la marca de aquella prisión.
Cuando me lo contó, aquel día, decidí quedarme en esta casa. Cuando llegué, aquí, no lograba encontrar un sitio donde vivir. Lia fue la única que me aceptó. Ahora conozco a mucha gente y, si quiero, puedo buscar otra habitación más confortable, no tan lejos de la fábrica. Pero ahora no quiero dejar a Lia sola.
Lia es llena de vida. Me gustaría mucho que vinieras para conocerla. Así, a lo mejor tú también llegarías a ser más valiente. No sé por qué no fuimos capaces de hablar de nuestro pasado, como lo hace Lia. Ella llora. Grita. ¡Sobre todo cuando bebe un poco! Me cuenta algo de su vida, de antes de ir al campo de concentración. Muchas veces no puedo controlarme y lloro junto a ella.
”Se murieron todos, ¿por qué yo no?” Me pregunta ¿Cómo se puede contestar a una pregunta de este tipo Giggi? ¿Alguna vez piensas en la mamá? ¿Te preguntas por qué la mamá murió y nosotros no? ¿Por qué no morimos junto con ella, por qué estamos vivos?
"Giggi, recibí tu carta y me alegro de que te encuentres bien.” Cada vez que empiezo a escribirte, no logro ir más allá de estas pocas palabras. Cuántas cosas quisiera decirte, pero me siento rodeado de murallas altísimas y no sé como superarlas. Estas murallas que me separan de ti. He logrado ser un buen mentiroso. No soy capaz de escribir lo que siento verdaderamente, así es que cada vez te escribo las mismas cuatro mentiras en la tarjeta postal. “Me encuentro bien. Discúlpame si te escribo una postal, pero estoy muy atareado. Tu respetuoso hermano.”
En cambio quisiera tomar tus cartas, tomar cada expresión y discutir contigo de ellas. Las cosas que escribes parecen esquirlas, me hieren cada vez que pienso en ellas. Tú me escribes: “Querido Munna, ruego a Dios por ti”. ¿Cómo puedes escribir esto cuándo sabes que no es verdad? ¿Si te preocupas por mí de verdad por qué desatiendes lo que te digo? Haces como que no entiendes, pero estoy seguro de que entiendes muy bien lo que quisiera más que cualquier otra cosa. Has decidido sacrificarte, quieres matarte poco a poco, cada día, lentamente. Lo que tu llamas “nuestro deber moral y ético” es un suicidio. ¿Qué es esta moralidad que se basa en la inmoralidad? ¿Qué sociedad quiere que nos portemos de esta manera? ¿Y si lo quisiera, cómo podría pedirlo a ti o a mí? Pienso que nadie te lo ha pedido, eres tú quien ha decidido cuáles son tus pecados y cuál es tu pena. Esta es la muralla entre nosotros dos. Esta muralla de mentiras. Esta muralla edificada sobre cosas no dichas. Esta muralla nacida por la falta de coraje en no llamar las cosas por sus nombres. ¿Cómo podremos hablar nosotros dos si ni siquiera logramos decir pan al pan y vino al vino?
Me dices mentiras Giggi, tú no quieres mi bien. Quisieras que, como tú, me inclinara ante el deber moral del hijo respecto al padre, sin discusiones, sin recriminaciones. Tú, a esto, lo has definido moralidad. Nunca lo haré. ¿Cómo puedes decir que quieres mi bien y luego pedirme que haga algo que está en contra de cada instinto mío? Si quieres verdaderamente que yo esté bien no me lo pidas nunca más.
Lia dice que esta es su vida, la vida que cogió a mordiscos, para que no se le escapara "Sacrifiqué mi familia por esta vida. Lloraré. Gritaré. Pero viviré esta vida como quiera. No sólo por mí. Por ellos también que se murieron en las cámaras de gas, asesinados por matasanos. Esta vida mía pertenece a todos ellos. Viven en mi respiración”, dice Lia. Y la vida de nuestra mamá Giggi, aquélla, ¿no te pide el derecho de vivir?
Sé lo que me contestarás. “No escribí nada de todo eso en mi carta”. Es verdad, puedes decir todo eso sin usar ni una palabra. Lo dicen tus ojos. ¿Cuándo te hincas a rezar por horas y horas , con tu viejo sari, sucio y rasgado, qué más quieres decir? ¿Qué puedo pensar cuando me sonríes y me dices: “Come. Lo he preparado para ti. Yo comeré después.” ¿Quién te ha pedido que niegues la vida y que lleves la máscara de viuda, para recordar a aquél que tenía treinta años más que tú y te había pretendido para saldar su deuda?
¿De qué podemos razonar cuando me hablas del deber del hijo? Es verdad, tú no lo has escrito pero puedo leer entre líneas lo que quieres decir. Estas cosas no dichas, son las esquirlas contenidas en tus frases. Sé honesta. Quisieras decir todas estas cosas, pero las ocultas con las banalidades.
¿Te acuerdas, Giggi, cómo lográbamos entendernos sin decir una palabra? Tú y yo, juntos, para proteger a la mamá. ¿Te acuerdas de aquellas discusiones nuestras? ¿O las has olvidado? Cuando era pequeño lograba entenderte sin que hablaras y hoy no puedo comprender tus palabras, tal vez porque ya no logro hablarte normalmente. Sólo logro hacerte preguntas enojadas … y sólo en mi soledad.
Lia entró a la cocina, quiere agua. Dijo que me había llamado pero no le oí. Me seco los ojos y trato de sonreírle: “ ¡Estas cebollas! ¿Cómo se pueden cortar estas cebollas sin llorar?. Siento mi sonrisa falsa, pero Lia hace como si nada. No me pregunta nada. Ella entiende. Sabe que la fiesta de hoy es para tu cumpleaños. Lia conoce las heridas del alma que nunca se cierran. No es necesario que le dé explicaciones.
¿No es raro que hoy, para tu cumpleaños, comamos arroz con pollo y tú comas arroz y lentejas a escondidas en la cocina, como una ladrona, como una que no tiene el derecho de comer? ¿Cómo puedo explicarte que si no estuvieras tú, en esa casa, yo no enviaría ni una perra para él? Podría morirse de hambre, no me importaría.
"Gracias a Dios, estamos todos bien” has escrito. ¿Quién son estos “todos” Giggi? ¿Y Dios cómo se metió entre nosotros dos? Cuando servía, ¿dónde estaba este Dios tuyo? ¿Por qué ha llegado ahora, nos quiere tomar el pelo? ¿Por qué estamos todos bien Giggi? ¿Si todo ha acabado, todo está arruinado, cómo podemos estar bien? Todas son mentiras. Mentiras, desde el inicio hasta el final. Nada está bien y nunca nada va a salir bien, si sigues matándote de esta manera.
¿Te acuerdas de la mamá Giggi? ¿Te acuerdas cuando la mamá me daba la olla para comer le leche cuajada en el fondo y tú me mirabas? ¿Te acuerdas cuando íbamos a recoger la caca de las vacas? Caca caliente y blanda. ¿Te acuerdas cómo se sentía en nuestras manos? ¿Te acuerdas del olor de las zapatillas, con la caca seca de las vacas, colgadas de la pared? Ento, viento, dónde miento, ochenta, noventa, todas son cientos ¿Te acuerdas de nuestro juego con las semillas del tamarindo? Si te acuerdas de todas estas cosas, entonces te acordarás de la mamá, Giggi. Entonces, explíicame bien ¿cómo podemos estar bien? Olvidando a la mamá, ¿podemos estar bien?
“Gracias a Dios...”, ¿cuando lo has escrito te ha temblado la mano? ¿Te acuerdas cómo tosía la mamá? La punta de su sari en la boca para que no hacer ruido, ¿Te acuerdas de su toser despacio durante la noche? “¡Puta bastarda, hija de perra, no vales nada, vas a ver, coño, ahora vas a ver! ¡No me dejas dormir por la noche, cabrona! ¿Te acuerdas del sonido de los puñetazos cuando golpeaban su carne? No puedes olvidar ese sonido. Cuando la punta del zapato choca contra las costillas hace un ruido como cuando se rompe un ramo; ¿te acuerdas de ese sonido? ¿También tu marido te pegaba de esa manera?
Su tos no me deja dormir, Giggi. La mamá tosía toda la noche. ¿Te acuerdas de la sangre sobre su sari? ¿Por qué Dios no vino a salvarla? ¿Dónde estaba tu Dios cuando la sacaron del pozo? ¿Te acuerdas de la mamá tendida cerca del pozo? Se veía tan blanca e hinchada. ¿Te acuerdas de la nube de moscas alrededor? Suicidio, dijeron. Sé bien que te acuerdas de todo, no has olvidado nada. Pero si no la has olvidado, ¿cómo has podido irte a vivir con él? No puedo entenderlo. Esta es la muralla que hay entre los dos. No logro comprenderte, Giggi. ¿Cómo has podido cambiar tanto?"Quisiera verte felizmente casado con tu familia” ha escrito. ¿Por qué Giggi? Después de esa farsa que ere tu matrimonio, ¿cómo logras pensar en los matrimonios? Te acuerdas de ese viejo con grandes bigotes blancos que te había comprado? ¡Cuánto lloraste, por tantos días! Pero él no había tenido ninguna piedad de ti. ¿Qué has obtenido comportándote de hija obediente? Has obtenido dos hijos, más viejos que tú, para los que cocinabas y limpiabas la casa. Esos hijos que te han acompañado a casa cuando el viejo murió.
No quiero una familia. He visto tu matrimonio y me basta. Hablo contigo dentro de mi cabeza y siento mi mente que da vueltas como un trompo. Las mismas preguntan siguen atormentándome por dentro. No logro pensar en nada nuevo. Sigo pensando en el pasado. Tu has decidido escapar del mundo, escondiéndote detrás de la máscara del deber filiar. ¿Por qué has tomado esa decisión? No puedo entenderlo. Pero yo no he decidido de la mima manera. Puedes estar allí para serviirlo, encerrada dentro de la prisión de tu viudez. Haré la fiesta de tu cumpleaños. No me importa un bledo de estas costumbres viejas y pasadas de moda, no me importa nada de lo que dicen tus libros sagrados. He escogido la vida.
Lia llama a Emilio. Cuando la escucho llamar a Emilio, me siento un poco extraño, Emilio era el nombre de su marido que ella amaba tanto. Dice que es por esto que ha decidido llamar a su perro Emilio. Dice que sentir el cuerpo caliente de su perro la hace sentirse menos sola.
“¿Cuánto hay que esperar para comer todavía?”, me pregunta. Estoy tan metido en esta discusión contigo, que tardo un poco en responderle. “Una hora más o menos.” Ella no protesta, está allí paciente. Sabe que hoy estoy particularmente acongojado por los recuerdos. Pero no me hará ninguna pregunta. Espera que un día yo le hable de estos demonios que viven dentro de mí. En cambio, soy yo el que no logrará nunca hablar de esto. No lograré nunca compartir estos demonios con nadie.
Doy vuelta el pollo en la olla con el cazo y pienso en la mamá. Ella nunca ha comido pollo. ¿Tú lo has probado alguna vez? Cuando él traía carne a la casa, me daba un trozo sólo a mí. ¿Te acuerdas Giggi que me lo comía delante de ti, lentamente, para darte celos? Eras sólo una niña, decía.
“Cuando llega tu carta, el papá me mira con ojos muy piadosos. No me sirven palabras para entender lo que quiere. Sé que quiere saber lo que has escrito en la carta. Pobre, no puede hablar y la saliva le cuelga desde el ángulo de la boca. Tiene una mirada que me hace llorar. ¿Cómo puedes ser tan cruel, hermanito?”
Por lo menos una cosa justa la ha hecho tu Dios, tengo que admitirlo, cuando ha paralizado la mitad de su cuerpo. Si dependiera de mí, habría hecho que se muriera poco a poco. Sí, soy cruel, pero él ¿qué ha hecho a ti, a la mamá, y a mí? Merece su castigo. Pero tú ¿por qué has decidido compartir su castigo con él? ¿Cómo lo has perdonado? ¿Existe sólo el deber del hijo? ¿No existe un deber de los padres? ¿Qué deber ha respetado para merecer tu servicio? Merecía la cárcel.
Sigo penando que no he sido capaz de hacer nada por ti ni por la mamá. Quería las ollas de leche y los trozos de pollo. ¿Cómo no pensé que también tú eras una persona, que podías tener un deseo? Cuando te vendió, ¿por qué no fui capaz de luchar contra él? Cuando él le pegaba a la mamá, ¿por qué no le detuve? Tu le has perdonado, pero yo no puedo.
Cuanto te vendía, me preocupaba sólo de la universidad. Tú no conoces todas las historias miserables. No sabes dónde fui con él antes de tu matrimonio. Sentía la juventud que se despertaba dentro de mí. Estaba contento de ir con él. “Quisiera una muchacha joven para mi hijo. Es su primera vez, por lo que se necesita una muchacha especial.” De tal palo tal astilla. Iguales. El mismo juego de sangre. Mil rupias había pagado. Ni siquiera pregunté de dónde salía ese dinero. Era el anticipo de tu venta. ¿Cómo puedo perdonarle? Espero que muera como un maldito. Tu le has perdonado. Yo no logro perdonarle ni perdonarme a mí mismo.
Sunil Deepak nace en Lucknow, en India, en 1954. Se licencia en medicina en la Universidad de Nueva Delhi. Vive en Bolonia desde 1988 y trabaja como responsable de la Oficina Científica de la Asociación italiana Amigos de Raoul Follereau (AIFO) y como consultor de la Organización Mundial de la Salud. Es miembro del Observatorio italiano sobre la salud Global. Ha escrito diferentes cuentos en lengua Hindi y es miembro del comité editorial de la revista hindú online Nirantar (http://www.nirantar.org/ ). Ha escrito numerosos artículos científicos y médicos en italiano y en inglés en revistas científicas y de otro tipo. Administra un sitio en tres idiomas (http://www.kalpana.it/ ) y varios blogs, incluso un blog en italiano "Awargi" (http://www.kalpana.it/ita/blog/ ).