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sabrina foschini

Catedrales como tazas rotas sobre una mesa antigua, un banquete de huesos.
Mayólicas de azul del norte en un cuerpo sudamericano, y una lengua que canta continuamente su oración: “ obrigado, obrigada…”. Con il sonido de plata en el vaso se mueve el joven toxicómano que sostiene a una vieja (¿madre?), piernas chuecas y un abrigo de niña que él cierra pacientemente.
Bordados de hierro fundido en las ventanas de cristales coloreados, dientes ausentes de una boca de arco iris.
Tengo calor, en mi vestido más fresco, rojo como los trajes de todas las vitrinas, frente al azul de las habitaciones y de las iglesias, moradas celestes, tapizadas de historia.
Vertical de casas y horizontal de miradas que se asoman de las ventanas, de los balcones.
En una callejuela siento por primera vez el fado, en su verdadera casa, en el peldaño de una prostituta. Fuera de los teatros de terciopelo de Italia, la música retoma en brazos a las dos personas, los testigos. Las casas más hermosas se deshojan en el suelo, se enroscan y agachan la cabeza, pero en los jardines las flores resisten y vuelven a poblar los parterres de los bordes desordenados, dilatados.
Muchos tienden las manos, una señora digna sigue explicándonos el por qué. No tiene dinero porque.... pero no entiendo lo que dice y siento no consolarla en su deseo de justificación.
Hay una luz cálida que dibuja sombras amarillas y crece azaleas como árboles y rododendros gordos que se ensanchan en fronda en los parques, con la opulencia de las odaliscas de los cuadros franceses del ochocientos. Hay daturas estriadas de amarillo como conchas y cornucopias y selvas de verduras de los balcones.
En las fachadas, armazón áspera de la piedra y un corazón liso de cerámica, un brazalete de esmalte, alrededor de las junturas.

Faculdade de Belas Artes
Jardín de acanto y camelias gigantes que florecen y hacen florecer la tierra a sus pies.
Huerto de proyectos abandonados (como todo en Academia), mármoles desbastados y esculturas de un día, se trasluce un pasado que es mío, un lugar de pertenencia al antiguo sueño.
Llueven los pétalos de las robinias, el profesor me ha indicado justamente este milagro, el más común para mí, en un parque donde el resto sobresale y sorprende.
Reconozco la esperanza en los pantalones teñidos a mano de los muchachos, los trajes de la Academia, mi antiguo uniforme de una libertad que pasa.

En la rua
La señora anciana refuerza con el hierro el tallo de las flores cortadas, en el antro oscuro y delgado, sentada ente los maceteros metálicos, llenos de gérberas. Desde adentro llega la música, lejana y secreta, algo íntimo, como un lamento. Me ha sonreído tristemente cuando le he pedido el permiso para fotografiarla, calculaba el riesgo de poderla herir, poniéndola en la vitrina de mis souvenirs.... Pero quería su mirada que me había visto recoger la reina de corazones en la calle delante de ella, la carta perdida de un naipe desparramado por la ciudad.

La Sé
Música de órgano para dar ritmo a los pasos.
Severidad de templares en el examen de las piedras grises y porosas; de nuevo huesos consumidos. Rayas de bruja en las copas de vino de la Sé y flores agarradas a los muros como manojos de mariposas. Los ojos de buey de piedra tienen dientes puntiagudos para asustar a los palomos y claustros que como cajas mágicas abren nuevas puertas, senderos y plazas, capillas que germinan y conducen a un paisaje. Hay una esquina de techos de la ciudad, inscrita en el corte de los muros y, de repente, reconozco las direcciones. Yo que pierdo siempre las calles, podría encontrarlas aquí, donde nada me sujeta.
“Secretum extraneo ne revele” En el techo de madera pintada, grabados alegóricos. Me bloquea una figura de mujer, más hembra que las demás. Un paño rojo les venda el cuerpo desnudo apretándolas hasta el cuello. Cúmulos de carne se entrelucen en las formas de la tela. Una venda negra, delgada, les tapa la boca, bastante grande como para bloquear la lengua, pero no lo suficiente como para impedir que los labios se abran.
El cabello rubio, recogido en la nuca está contenido. El poder del cabello de escapar al control, su pacto amoroso con el viento, es enemigo del secreto.
Mantener el secreto..... La boca puede. La mano, cuando escribe, escribe todo.

Traducido por: Ana María Gabriela Bustamante Escobedo

Sabrina Foschini nace en Rimini en 1968. Diplomada en la Academia de Bellas Artes en 1990, ha expuesto sus obras como artista visiva en numerosas galerías públicas y privadas en Italia, Francia, Inglaterra y Alemania. Paralelamente desarrolla una actividad en campo literario interviniendo con artículos críticos y recensiones en catálogo de artistas contemporáneos. Colabora con diferentes revistas de arte y literatura. En 2001 ha publicado el opúsculo Andare per il sottile (Andarse con sutilezas) para “I quaderni del Battello” Ebbro (Porretta). Para Raffaelli Editore (Rimini) han salido en 2002, la recopilación Il paragone col mare (La comparación con el mar) y el poemito Inno del corpo ricostruito (Himno del cuerpo reconstruido) . En 2003 ha publicado para las Ediciones Medusa de Milano el libro de cuentos Due mani di colore (Dos manos de color) escrito junto a Paola Turroni. Para la misma casa editorial ha escrito e ilustrado el librito para niños Nove gatti (Nueve gatos). Para el teatro ha ideado y representado diferentes espectáculos poéticos, tanto sola como en pareja con P. Turroni como: Cinque dita (Cinco dedos), Ibrido (Híbrido), Pescatrice (Pescadora), Nodo (Nudo), Cerchio di passi (Círculos de pasos), Del corpo (Del cuerpo) .

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Anno 3, Numero 13
September 2006

 

 

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