El Ghibli - rivista online di letteratura della migrazione

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Prólogo

Había una vez una niña que hizo tantos viajes, tantos, tantos.
Viajó. Viajó lejos, hasta olvidar, hasta alejarse.
Se volvió nada, se volvió todo lo que había visto. Se volvió nada de todo eso.
Hasta que un día tuvo que detenerse. Se detuvo y luego se sentó y contó. Contó y contó.
Todo lo que había viajado, contó. Todo y nada contó….
Y así contando, viajó, viajó de nuevo. Viajó.
Había una vez…….

Escena primera

Había una vez un Hombre Pequeño, pequeño, pequeño que a toda costa quería crecer!!
Pero no sabía cómo. Todas las noches le rezaba una oración a su estrella.
En el lugar donde él vivía, las estrellas eran enormes y se veían en su pleno esplendor.
Rezar para ellas era muy natural.
El Hombre Pequeño vivía en una escuela, era pequeño, todavía estudiaba. Tenía la suerte de vivir justo en una escuela.
Todas las mañanas se despertaba en una habitación blanca, tomaba la leche que él mismo sacaba y luego leía las páginas blancas de sus libros, antes de llevar el rebaño a pastar. ¡Sí! Porque ustedes. no lo saben, pero el Hombre Pequeño también era un pastor.
Pasaba sus días entre los libros, las ovejas y las ollas de su madre, Concepción.
Era una madre silenciosa, de piel oscura y con la nariz derecha y larga.
Tenía los ojos soñadores, aquélla mirada que sólo las mujeres del Sur tienen, cuando recuerdan; y mientras Concepción soñaba, mezclaba en sus ollas la comida para los niños.
Trabajaba duramente todos los días: preparaba el comedor de la escuela, deshornaba las meriendas y calentaba el caramelo que cubría las manzanas confitadas!!
El Hombre Pequeño no jugaba con sus compañeros durante el recreo, ah, no!! Tenía que ayudar a Concepción a vender los dulces, por pocos pesos, se sabe, porque en ese país a nadie le sobraba el dinero.
El Hombre Pequeño creció luchando con los toros, buscando las ovejas perdidas en la oscuridad de los montes, entre leyendas de miedo, miedos campesinos, miedos fantásticos, de esas tierras remotas.
Un día llegó la noticia que una linda señora de nombre Evita regalaba a todos cosas que necesitaban: a los más pequeños, juguetes y a los más grandes, trabajos y otras seguridades.
En ese período particular de la vida del Hombre Pequeño sucedieron grandes milagros!!
Conoció el Amor.
Evita era una hermosa señora. Vestía con vestidos tan elegantes que se merecían tener nombres: se llamaban Chanel y venían de lugares lejanos y en las fotos de las revistas ella lucía como un Ángel: rubia, sonriente, brillaba como las estrellas del Hombre Pequeño. Ella prometía cosas lindas, y así fue que al Hombre Pequeño le llegó para Navidad el juguete de sus sueños: un lindo camión de madera!!. Era el camión más lindo que había visto y empezó a pasar sus días ocupado, además de las labores que ya conocen, en transportar piedras de un lado para otro.
Eran tiempos hermosos!! La modista del pueblo recibió como regalo incluso dos máquinas de coser, por error, porque una la había recibido para Navidad y la otra poco después, así es que cuando le preguntaban como iban sus trabajos ella respondía con esa sonrisa sin dientes y haciendo gestos con los dos pies, sin duda quería decir que trabajaba a un ritmo doble!!
Fueron Navidades para todos, cada niño recibía en la escuela un par de zapatos para cada estación y una cesta con Dulce Navideño y vino espumoso.
Pero de vez en cuanto, a pesar de todo esto, los ojos del Hombre Pequeño se ponían tristes, como los de las mujeres soñadoras del Sur y dentro de su corazón de pequeño toro herido empezaban a nacer versos, canciones.
Poesías.
A menudo pasaba las tardes en el bar, ese que estaba frente a la plaza, y leía en voz alta para los ancianos del lugar el único diario que llegaba al pueblo, o bien las cartas de amor de las señoritas que, a pesar de su edad, no sabían leer, o las recetas que las mamás recortaban de las revistas. Pero cuando el vino calentaba las venas nostálgicas de los compadres, el Hombre Pequeño se subía arriba de las mesas y recitando versos a memoria entonaba el tam-tam de las canciones aturdidas por el aguardiente.
Concepción, en cambio, pasaba sus tardes entre ollas y memorias.
Recordaba a aquel hombre que años atrás la había abandonado y de vez en cuando, a menudo, se olvidaba del mundo.
Todo se volvía parte de la mirada pensativa y lejana de Concepción.
Se olvidaba de los hijos, atravesaba las calles y los dejaba en la parte opuesta y allí se quedaban durante horas esperándola. Olvidaba incluso las ollas y se olvidaba de dar de comer al Hombre Pequeño y a sus hermanas.
Éstos en la espera, se sentaban en el patio de la escuela y con ramas cortadas de los árboles trazaban sobre la arena las siluetas de sus platos preferidos, soñando con el aroma, y se iban a la cama fantaseando.
Un día Concepción se olvidó incluso de sí misma y se quedó en una habitación blanca, sola, y ni siquiera las lluvias primaverales ni las tempestades de verano pudieron hacerla volver a esta tierra!!
Se había quedado allí, en un rincón de una selva imaginaria, sumergida en el canto de los pájaros tropicales, en ese lugar verde que un vez había sido su tierra, y allí se quedó para siempre.
Pasaron muchos años y el Hombre Pequeño se había vuelto un hermoso joven, pero no se había olvidado de su gran deseo de crecer, ser grande, y así fue a la ciudad para trabajar.
No fueron años fáciles, porque él no encontraba en las calles asfaltadas de la ciudad el perfume de la tierra húmeda, el jadear de los toros en celo, el grito de los compadres, pero donde quiera que fuera y quien quiera que encontrara, buscaba y buscaba en las miradas las imágenes perdidas de un patio, de una escuela, ahora abandonada….
El quería crecer, a toda costa, pero tenía nostalgia, fue por esto que un buen día se puso a escribir.
Poesías.
Iba a los parque donde sabía que podía encontrar las flores y los colores que servían para las metáforas, y allí conoció a algunos hombres (Ángeles) quienes, sin que nadie los viera, vigilaban el verde de todo el mundo. Conoció su lenguaje, sus cantos, su aliento, su aletear, conoció sus oraciones, el secreto de la Poesía.
Conoció a otro Amor!!
Ella. Era una muchacha blanca, perfumada y educada. Creía en Cristo y estudiaba letras, pero, sobre todo, ella también soñaba y escribía Poesías.
Fue amor, amor prohibido, amor brutal, amor pasional!! Después de poco tiempo nacieron dos hijas. Fueron años felices. El Hombre Pequeño trabajaba de día y de noche escribía. A menudo la dejaba sola para irse de paseo con sus amigos. Ellos sí que tenían en la mirada la poesía y por la poesía se hacía de todo, se olvidaba de comer, de volver a casa, se olvidaba que tenía una mujer, que se había casado. El Hombre Pequeño murmuraba palabras dulces en los oídos de mujeres con ojos soñadores y nada podía hacer que se sintiera tan lejos de este mundo y tan cerca de las estrellas, las estrellas brillantes del Hombre Pequeño!!
Iniciaron tiempos extraños. Algunos amigos desaparecieron. Muchos amigos. Hubo bombas. Bombas y granadas.
Hubo protestas, propuestas, promesas. Grandes promesas hechas por hombres potentes que desde lo alto levantaban el dedo, bastones, fusiles y otros instrumentos para hacer callar.
El Hombre Pequeño, a esta altura conocido por sus poesías, en la ciudad se volvió peligroso porque ayudaba a aquéllos como él, a los pequeños que como él soñaban con cambiar el mundo. No con las bombas.
Con su máquina de escribir dactilografiaba los textos de las manifestaciones, los discursos, los panfletos.
El Hombre Pequeño conoció con el tiempo listas negras, barrotes cerrados, piezas oscuras y subterráneos. Manos sobre cuerpos vendados, dedos expertos que contra el silencio medicaban con camisas de fuerza, juegos debajo del agua, descargas eléctricas.
El Hombre Pequeño aprendió en la oscuridad de los cuartos a reconocer voces y oraciones, lenguajes inventados, lenguajes imaginados, cantilenas de las madres, canciones de cuna para hijos que nunca más se encontraron.
Aprendió a reconocer los pasos pesados de las botas, pasos de pies desnudos, pasos de pies pequeños y el paso de todo un cuerpo entero, arrastrado, como si la carne fuera un pedazo, un pedazo hacia un pozo. Hacia una fosa profunda.
Él también, el Hombre Pequeño, fue tocado, medicado. Despedazado.
Sólo el recuerdo de una manta caliente contra las paredes frías podía alejarlo, llevárselo de allí, como una poesía, llevárselo de allí por un momento.
Él no sabía donde se hallaba, pero de su minúscula ventana podía ver pasar, en los días con suerte, la sombra de la gente. Veía sus zapatos, buenos zapatos, zapatos cansados, zapatos de prisa, zapatos a la última moda, zapatos de colores y brillantes, pero nunca eran tan brillantes como las estrellas, las estrellas ya lejos del Hombre Pequeño.
Un día, llegaron los amigos. No se habían olvidado de él. Quizás los zapatos allá afuera habían hablado. Todavía podían ocurrir milagros!! Milagros ocurrieron!!. El Hombre Pequeño quedó en libertad, fue salvado. Pero ellos, los zapatos, nunca vieron lo que el Hombre Pequeño vio allí adentro y él no pudo contárselo a nadie. Prefirió escribir versos, dibujar pájaros de fuego, lavarse la garganta seca con besos extraños y con su mano transpirada transformaba las lágrimas en vino, vino para olvidar, vino para poder amar de nuevo!
Muchos murieron. Desaparecieron. Escaparon. Y algunos se quedaron.
Nuestro Hombre Pequeño, toro pueblerino, tuvo que dejar las lluvias de invierno, el grito de los compadres e irse lejos, lejos. Dejó las flores en los parques, los dibujos sobre la arena, pero nunca dejó solas a sus estrellas.
¿Y ella? Ella tuvo que elegir si amarlo, si seguirlo. ¿Y sus cachorros? Tuvieron que elegir, y eligieron. Por miedo, por terror. Por amor.
Era un país completamente verde.
El Hombre Pequeño con el tiempo se había vuelto barbudo, sudaba y emanaba un olor amargo. Vestía camisas blancas y, a menudo, iba a esconderse en los callejones olvidados, en casas desconocidas. A veces bebía para calmar las lágrimas saladas que brotaban de sus ojos y le impedían ver claramente las estrellas en el cielo.
Llegaron tiempos solitarios, transcurridos en casas de otras personas. Días enteros ocupados sólo en la tentativa de entender, de aprender otros idiomas, otros modos. Noches blancas, donde extraños animales irrumpían en las tinas de los baños y también debajo del sol bochornoso no se pensaba en otra cosa que en las cosas abandonadas, la tierra, las ollas, La Poesía.
El Hombre Pequeño no entendía si esto era crecer o morir, pero no hacía ninguna diferencia, tenía que sobrevivir.
¿Y ella? Ella lo seguía, tenía las hijas, pedían cosas, tenía que responder, y además, creía en Cristo! Era educada e, incluso en estas condiciones, todavía perfumaba.
Decía que la vida ahora era ésta. Tomaba pastillas para dormir, pastillas para calmar las lágrimas, lo perdido y las heridas; huellas de rabia que el Hombre Pequeño dejaba sobre su piel. Los dedos de un hombre que antes la habían acariciado ahora sabían tocarla sólo de esa manera; cortantes, pesados, ahora también esas manos despedazaban.
Hubo otros desplazamientos, largos viajes, continentes. Aguas heladas, maletas vaciadas, controles, billetes, fronteras atravesadas.
Amigos, tantos amigos, amigos olvidados, amigos vueltos a nacer y vueltos a encontrar. Amigos grandes, grandes como casas, casas acogedoras y abiertas. Nuevas casas, nuevos viajes donde crecer, un nuevo país!!
Era un país completamente blanco.
Hasta las manos, los gestos, la mirada, las palabras: todo blanco. Pero las cosas más blancas eran las sábanas y era el lugar donde le Hombre Pequeño transcurría gran parte de su día. Escribía, dormía, a veces golpeaba la cabeza contra la muralla, gemía, bebía (y ya saben por qué) y luego crecía; el cuerpo del Hombre Pequeño crecía! …. Se había vuelto grande y gordo y con los ojos negros, muy negros y muy tristes.
Ella. ¿Qué decir de Ella? Era una madre, una monja, una bruja. Era todo. Era Poesía y alimento, era cuerpo e idea, era pan y dulce, era trabajo y dinero, era estrategia y enfermera, era lenguaje, era separación. Era una mujer, una mujer en medio de una guerra.
El Hombre Pequeño y su familia habían sobrevivido a tantas batallas. Los hombres potentes ya estaban lejos y en el país blanco encontraron refugio y allí vivieron, el Hombre Pequeño, Ella y las hijas.
Las hijas crecieron en el país blanco, jugaron con la nieve, también escribieron sus poesías, tuvieron escuelas, amigos, amores, blancos como la nieve, tuvieron sueños, menos blancos que los sueños de los demás niños.
Crecieron, viajaron, amaron a hombres de países lejanos, parieron hijos, a veces sólo pequeñas poesías incompletas, Nunca se volvieron bancas, ya hacían parte de otros viajes, otros colores, Nunca hicieron grandes cosas, pero en su mirada había heredado ese centelleo, el centelleo de las estrellas, las estrellas lejanas del Hombre Pequeño.
Un días algo pasó, nadie sabía qué hacer. El Hombre Pequeño crecía y crecía, pero no lograba ver desde afuera donde crecía. Algo crecía dentro de él e inflaba sus pulmones. Le impedía al Hombre Pequeño respirar, amar con violencia, como había amado, perseguir las aventuras, como había hecho, consumir las pasiones más profundas, como las había devorado.
El Hombre Pequeño, ya con el cabello cano, sufría mucho porque el dolor era grande y le impedía escribir, hablar, caminar. Le impedía ser pequeño.
El Hombre Pequeño, improvisamente vio sus días contados, vio sus estrellas contadas en el cielo, las flores, aquellas dejadas en los parques del Sur, también contadas. Vio los viajes contados, las lluvias y las lágrimas contadas como sus años, como sus libros, como sus Poesías.
Y mientras tanto….. Mientras tanto Ella lo seguía, dedicada, un poco cansada, hasta que un día el Hombre Pequeño decidió viajar, irse, volver a su país para no morir solo en ese país blanco, donde, de todos modos, nada se entendía, y para poder seguir amando!!
Ella prometió seguirlo, una vez más, por última vez.
Entendía que sólo los perros mueren lejos de sus tierras.

Otras maletas, otras cajas y cajitas, y una casa entera en las cajas, en un barco, entre aguas heladas, hacia tierras conocidas.
Otros boletos, otros vestidos y otros sudores.
Otras casas, otros amigos, otros encuentros y reencuentros.
Fueron horas decisivas, carreras, hospitales, rayos y remedios.
Fueron viajes, fotografías. Fueron monstruos y magias!
Finalmente el Hombre Pequeño había vuelto a su Tierra; Él, Ella y las hijas.
Todos fueron a ver al Hombre Pequeño. Todos lo siguieron, hasta donde se podía, hasta donde las estrellas no interrumpían. Y allí, en un rincón de una habitación color cielo concluyó con un beso el Hombre Pequeño y Ella su largo viaje.
Y conoció a otro aMor.

Epílogo

Una última cosa, sobre las historias……
Una vez le pidieron a un viejo paralítico que contara un cuento. Él contó la historia de un santo, de un santo que mientras rezaba solía danzar y saltar. El viejo, contando este cuento, se sintió tan transportado que comenzó a bailar y a saltar y así sanó…….. para siempre.

Traducido por: A. M. Gabriela Bustamante E.

Candelaria Romero nació en 1973 en Argentina (San Miguel de Tucumán), de padres escritores. En 1976 la familia se vio obligada a escapar del país debido a la dictadura que imperaba y en 1979 recibió asilo político en Suecia. A la edad de siete años Candelaria publica su primera poesía y entra a formar parte del Laboratorio Artístico T.E.A. (Taller de Experimentación Artística) donde participa en los cursos de escritura e inicia simultáneamente su formación teatral. En 1991 se diploma en el Liceo de Arte Dramática de Estocolmo. Desde 1992 vive y trabaja en Bergamo, donde ejerce la actividad teatral y de escritura. Colabora con Amnesty International Italia presentando en toda Italia el espectáculo teatral “Hijos” sobre el tema de los refugiados, y “Bambole” (Muñecas), espectáculo sobre la violencia contra las mujeres, obras teatrales escritas, dirigidas e interpretadas por ella misma. Trabaja como actriz en el Teatro Estable de Abruzos y en la dirección de Claudio Di Scanno – Dramma Teatro (Popoli). Co-fundadora de la revista de literatura on line “El Ghibli” – literatura sobre la migración: www.el-ghibli.provincia.bologna.it. Ha publicado para CTM (Cooperación Tercer Mundo) y la Cooperativa Amandla – Bottega del Commercio Equo e Solidale de Bergamo (Tienda del comercio ecuo y solidario) el libro y CD “Raccontando…. Cantando a mezz’aria” (Contando….. Cantando suspendidos en el aire), cantos y cuentos de todo el mundo dedicados a los niños.

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Anno 2, Numero 11
March 2006

 

 

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