El Ghibli - rivista online di letteratura della migrazione

عربية / english / español / français

ARGENTINA! ARGENTINA!

daniele comberiati

- La bruja ha muerto!! La bruja ha muerto!! – había gritado el muchacho en la mañana temprano.
- ¿Otra vez? – habían pensado todos, y se habían quedado en la cama, calientitos.
Algunas horas más tarde, cuando por escrúpulo el alcalde y el párroco habían ido a controlar al monte, no podían haber más dudas: doña Flora había muerto de veras.
El cuerpo de la vieja lleno de moretones no le causaba ninguna impresión.
- ¿Y ahora? ¿Le tenemos que hacer el funeral? – había preguntado el párroco no pudiendo más contener la pregunta.
- ¿A quién? ¿A esta ramera? ¿A la que nos ha enfermado a todo el pueblo – había gritado el alcalde - como al marido se lo tenemos que hacer, como al marido. Con el ataúd vacío.

El ataúd vacío.
En Gitruzzi el tiempo es un rito infinito: doña Flora es muy joven, transporta sufriendo el ataúd del marido.
Los hombres la siguen, su rostro hacia abajo es una excusa para mirarle las piernas.
- ¿Y ahora? – se preguntan bramosos - ¿ahora qué hará doña Flora? –
Al centro del cortejo las palabras de las mujeres. - Murió en la nave, en la nave!! - Cumpliendo con su trabajo murió, era ministro en Argentina - En la nave te digo. Ese ni siquiera la ha visto Argentina.

El ataúd vacío de doña Flora baja lentamente hacia el cementerio: el cuerpo de la vieja fue quemado en el monte. Nadie en el pueblo ha querido transportarla, el carro fúnebre lo tira el buey del alcalde.
- Después llévelo al matadero - le había aconsejado el hermano antes del funeral. - Pero ¿quién se va a comer esa bestia ahora? - le había contestado él.
El humo del cuerpo quemado tiene un olor dulzón, que sigue constantemente al cortejo fúnebre.
Nada de música, ninguna voz.

- La bruja ha muerto!! Doña Flora ha muerto!!
Pero ¿quién era Doña Flora?
En el pueblo la conocían todos - felicitaciones a tu mamá, dichoso quien se case contigo!! - le gritaba el herrero cuando la veía pasar rápido, en la mañana poco después del alba.
Doña Flora era la mujer más hermosa que se había visto nunca: los ojos azules y el pelo negro, las piernas largas y la espalda suave. Todo el pueblo de Gitruzzi se daba vuelta cuando pasaba, parece que casi la mitad de los hombres habían pedido su mano, pero ella se había casado tarde, a casi treinta años, con un primo lejano suyo: Gino, el bonito, Gino el panadero.
Durante dos años se habían amado tanto, se habían escrito poesías y cartas de amor, se habían hecho promesas y juramentos.
Luego, un buen día, Gino había tenido que partir.
- ¿Quién la obliga, Doña Fló, a vivir esta vida de mierda? ¿A sufrir el hambre, a mendigar un pedazo de pan?
Una princesa quiero hacer de usted, una princesa. Allá en Argentina ni siquiera existen las casas, todos tienen villas, y yo ahí la quiero llevar. Parto, vuelvo y me la llevo, y qué vida Doña Fló, qué vida!! -
Y ella lo había abrazado fuerte, conteniendo la respiración y esperando sofocar sobre él, para que no la dejara sola.

Gino le mandaba una carta al mes, le escribía que estaba casi todo listo, que estaba por volver, que le faltaba sólo escoger el pavimento y la entrada de la villa. Trabajaba como cocinero en Argentina, y tenía un buen sueldo. Quería abrir un restaurante y ella lo habría ayudado.

La última carta llegó un año después.
- Estoy lejos, Doña Fló, y he olvidado su rostro. Aquí en Argentina hay trabajo, cuanto uno quiera: lavaplatos, mozo, obrero, a lo mejor criado. ¿La bella vida? Esa no existe Doña Fló, ni siquiera en Argentina. Yo no puedo volver al pueblo así, escuchando a todos que me preguntan - ehi, Gi, que tonto que eres, ¿has dejado el paraíso para volver acá? - pero ¿ustedes que van a hacer a Argentina?
He conocido a una muchacha aquí, una buena mujer, ella también es hija de uno de nuestra zona. Me caso doña Fló, y tiene que casarse usted también.
Aquí o allí, Italia o Argentina: es triste, pero el paraíso no existe. -

En el ataúd vacío del marido, Doña Flora había puesto las doce cartas: ninguno se habría dado cuenta nunca.
- ¿Está triste Doña Fló, está triste? - le preguntaban insistentemente las amigas.
Pero ella no se sentía triste: - el paraíso no existe - seguía repitiendo, y el párroco que caminaba detrás de ella y que escuchaba todo, se persignaba de inmediato.

- La edad de oro de doña Flora empezó después de la muerte de Gino. Por dos años fue toda una maravilla: alta, siempre vestida de negro y muy generosa. -
El cartero todavía la recuerda, y con los dedos se toca los labios secos.
- Aquí la besé. Aquí!! - indica de nuevo los labios, los humedece con la lengua - ¡Yo! ¡Yo besé a Doña Flora! -

Después de las fábricas de barnices, después de los cagaderos de los cerdos (iban siempre los más pequeños para ver a los más grandes besarse), después de la fuente vieja, terminaba Gitruzzi.
A la derecha de una iglesia derrumbada, en la plaza de la fuente, Doña Flora tenía a su cargo el banco de los besos.
- Uno más, Doña Fló, uno más!! - le rogaba el hermano del alcalde, y ella le sonreía y lo besaba de nuevo.
Ya casi no hablaba, Doña Flora: se reía y besaba, besaba y se reía, y tenía siempre los labios húmedos, se los secaba cuando ya era noche y volvía a casa sola.
- A mí también!! A mí también!! - gritaba el ayudante del herrero - no soy tan joven!! -
Un beso pequeño, después de lo cual había terminado de veras.
En su casa encontraba un paquete con las compras, cinco o seis cartas de amor, una torta de requesón al chocolate.

Había tomado el banco de los besos después del funeral de Gino, todos los días de las cuatro a las diez de la noche, los hombres del pueblo buscaban su boca, sus labios, su lengua.
Ella besaba, besaba, besaba y luego volvía a casa sola.
Los hombres le llevaban las compras, las cartas y la torta, y todo había funcionado así por casi dos años.

El día en que volvió Gino lo recuerdan todos en Gitruzzi: había engordado en Argentina y caminaba sin ninguna gracia. En las palabras, una sombra de acento español.
Al inicio el mesonero no lo había reconocido, luego se había puesto a gritar y todo el pueblo se había enterado.
- ¡Ha vuelto Gino! ¡Ha vuelto el muerto! -
Gino se había ido de inmediato, solamente quería ver el lugar en que había nacido antes de partir de nuevo, pero esa noche Doña Flora no encontró las compras ni la torta esperándola, cinco muchachos la estaban insultando: - Puta!! Bruja!! Puta!! - Doña Flora entró a su casa corriendo asustada.
Al día siguiente no fue al banco de los besos, se quedó encerrada en la casa, en silencio: ella también se había enterado.

Su decadencia física fue rápida e inexorable: a treinta y cinco años demostraba cincuenta, a cuarenta sesenta y cinco, cuando se murió era una "vieja" de cuarenta y ocho años.
Los últimos años de vida fueron horribles: tuvo doce hijos ilegítimos con doce hombres diferentes, sufría de crisis histéricas durante el sueño y en la mañana se despertaba llena de moretones.
- Es San Antonio - decía - San Antonio me persigue -
El pueblo ya no quería saber nada más de ella.
- Es una bruja, una prostituta - decían los hombres mientras pensaban en el banco de los besos vacíos y a las veces que también ellos habían ido.
Antes de morir, Doña Flora había pedido que la enterraran justamente allí, cerca del banco de los besos.

En cambio, había sido quemada en el monte, y su ataúd yacía vacío junto al ataúd vacío del marido Gino.
En la lápida de madera, una caligrafía insegura de una mano desconocida:
"El paraíso no existe".

traducido por Ana María Bustamante Escobedo

Daniele Comberiati nace en Roma en 1979. Es titulado en Letras y actualmente está preparando una tesina de doctorado sobre la Literatura italiana de la migración en la "Université Libre" de Bruselas. En diciembre de 2003 gana el concurso "Scrittori in erba", en el ámbito del cual publica el cuento Il cammino del re en la revista "Graphie". Luego publica el reportaje Ost Berlin. Una porta girevole verso est en el periódico semanal "Carta" y Un Puerto Escondido a Trieste en la revista semanal "Avvenimenti". Es autor del cortometraje Pesciaroli (2003) presentado en el Festival de arte y cine "MarteLive" y de los textos de las exposiciones "SomaliRestaurant" (2003) y "Dom. Storia di una comunità moldava a Tor Marancia". Actualmente enseña literatura en algunos liceos de Roma y colabora con las revistas "Pedagogika", "Cinemavvenire" y "Sottomarini".

Home | Archivio | Cerca

Internazionale

 

Archivio

Anno 2, Numero 9
September 2005

 

 

©2003-2014 El-Ghibli.org
Chi siamo | Contatti | Archivio | Notizie | Links