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Tirana

darien levani

Sí, este es mi mar, pienso. Mi mar. Ese pequeño punto blanco allá lejos que parece un barco, es mío. Los peces que nadan debajo son míos hasta que salen de mis aguas. Dicen que el fondo del mar es un solo esqueleto blanco o algo parecido. Mío, también. Porque el gran avión de la gran multinacional recién ha cruzado la frontera que divide a nuestras dos naciones amigas. Pocos asientos delante del mío, del techo, ha bajado una pequeña pantalla. Aparece el mapa de nuestro viaje. El avión ha volado en línea recta por más de veinte minutos y, luego, ha doblado hacia la izquierda. El aeropuerto San Niccolò era tan aburrido. Ahora volamos hacia Albania. Volamos hacia Tirana y al aeropuerto Nënë Tereza. Ya me siento en casa. Estoy sobre mi mar. Aquí puedo incluso morir, pienso. Ultimamente siento el terror de morir lejos de mi tierra. No sé por qué. Todavía tengo que cumplir veintidós años. Soy joven ¿no? Pero aterrado. Porque estoy lejos de mi casa. Porque me estoy acercando a mi casa. Porque no soy como tantos colegas que se sienten parte del mundo y el mundo es su casa, etcétera, etcétera… No, no, yo tengo una casa, y mi casa es mi país. Un edificio que todavía se está construyendo en el corazón de la capital. Uno de los tantos edificios que han surgido junto al nuevo sistema que, por estos lados, llaman democracia. Un pequeño ascensor. Dos dormitorios, una cocina. Un gran salón y dos baños.
Queridos compañeros del arca. Como ya habrán imaginado, les escribo de Albania. Oh, deberían verla. Tirana es muy bella. Nuestra ciudad está llena de luz y de banderas rojas y negras. Ni siquiera yo la había visto nunca tan patriótica, juro. La gente sonríe más a menudo ahora, lo he visto con mis propios ojos. En la tarde, cuando la oscuridad llega a protegernos, comprendo que nada podrá herirnos. Casi se me había olvidado, nuestra capital. Es extraño pensar como se había desvanecido de mi mente poco a poco. Así es, un día había perdido un bar, otro, un parque del nombre heroico, hasta que no me había quedado nada, nada, salvo la idea de haber vivido en una ciudad llamada Tirana. Un lugar con edificios como grandes esqueletos, aparecidos improvisamente para secarse los huesos al final de la guerra. Ahí está el Ministerio. Construido en época fascista, todavía conserva sus fachadas romanas que parece que te miran cada día con aire más severo, con sus grandes ojos fijos en el vacío. Un poco más lejos, el Palacio de la Cultura, como decían los comunistas, y la estatua de Skënderbej. El museo Nacional, por allá, por la calle Durrës, donde un tiempo estaba la estatua de nuestro dictador. La abatieron. La gente corría asustada, empujaban y gritaban. Era una estatua muy alta y pesada. Se necesitó bastante tiempo para botarla. He visto los reportajes. La plaza estaba llena, la policía disparaba. Son imágenes que han dado la vuelta al mundo. Iguales por doquier. Aquí está el Banco Nacional. El Correo Central. Los cambistas, que serían el verdadero índice para saber de qué modo nuestra moneda sube o baja. El boulevard “Dëshmoret y Kombit”. Plaza “Nënë Teresa”. La Universidad. El estadio “Qemal Stafa”. Las colinas de nuestro lago artificial.
Esta es nuestra capital, amigos míos. La impresión que te da es la de una ciudad que ha perdido tanto tiempo en tonterías y ahora tiene que recuperarlo rápidamente. Los bares tienen nombres extranjeros y famosos. Las muchachas se maquillan sin parar. Es todo tan confuso, todo tan albanés, que no te queda otra que amarlo. . “Tiranë kurvë do të të thërras, por prapë do të të dua…” como dijo alguien en una famosa película. ¿Qué quieren que les diga? Así será, poco importa. Un amigo me dice que estamos ligados a nuestra Tirana por un especial vínculo de tanto amor, por una parte y, por la otra, por un sentimiento que vagamente confina con el odio. Y que tanto el uno como el otro dominan a turno. Esta es nuestra nueva frágil democracia. Es nuestro polvo, este polvo que se levanta por las calles y nos sofoca lentamente. Estas son nuestras vidas, invadidas y liberadas decenas de veces. Basta con el pasado. El pasado, pasado. Ahora, miremos solo hacia adelante. Las calles están llenas, pero nunca nadie tiene prisa. En la tarde salgo y, lentamente, me dirijo hacia esa parte de la ciudad que aquí llamamos "El Bloque" o "La Nueva Tirana". El Bloque porque ahí vivía el bloque de los líderes de mi país. Él también vivía ahí, el gran dictador. Pero basta con el pasado. Ahora tenemos la presidencia. El palacio ya no tiene ningún nombre, se llama simplemente "de la presidencia". Está rodeado por cientos de bares, fast-foods, pizzerías y puentes. En ciertos bares los jubilados pueden tomarse un café por veinte leks e incluso leer los diarios. Es difícil concebirlo, pero cuando cae la tarde, los bares están siempre llenos. Sobre todo de jóvenes. Yo, sin duda, prefiero los que exponen nuestra bandera. El águila con dos cabezas nunca está tranquila. Nos invita a proteger nuestras fronteras. "Por allí llegaron - me dice mirando a su alrededor - y por allí volverán". "No, no - trato de calmarla - se acabó. Hoy nuestro gobierno es fuerte y vivimos en paz con todos nuestros vecinos que están trabajando para nuestro bien. No tengas miedo. Estamos a salvo amor mío, finalmente estamos a salvo. Nuestros ilustres enemigos ahora son nuestros grandes amigos y desean sólo nuestro bien. Cálmate, por favor".
Credo que somos el país más invadido. Según lo que sé, por aquí han pasado buena parte de los pueblos del mundo: macedonios, romanos, luego los que llamábamos bárbaros porque nunca se ha comprendido quiénes eran realmente, alemanes, catalanes, venecianos, otomanos, griegos, austro-húngaros, serbios, austríacos, yugoslavos, fascistas, nazis y, de nuevo, serbios. Pero, basta con el pasado. Basta.
Es un bonito día de inicios de septiembre. Pero, estaba hablando de los bares. Algunas veces se encuentra a nuestro alcalde, a pesar de que son bares de segunda categoría, esos de estudiantes. Ha envejecido tanto en este segundo mandato. Todos hemos envejecido. Pero Tirana está cada vez más joven y espléndida. Porque ha tomado nuestra juventud. Porque Tirana no puede sino protegernos en su velo mágico. Cuidado con los hijos de Tirana. Cuidado con las hijas de Tirana. Ellos son diferentes, no se dejarán sorprender nunca más, nunca más. Porque han visto una ciudad que ustedes ni siquiera pueden imaginar y que yo tampoco se describir.

traducido por Ana María Bustamante Escobedo

Darien Levani nace en Fier, Albania en 1982. Termina la escuela media superior en Tirana y luego se traslada a Ferrara donde cursa el quinto año de Ciencias Jurídicas.

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Anno 2, Numero 9
September 2005

 

 

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