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San Agustín negro - ponencia en ocasión de la presentación de "El Ghibli" en Milán el 21 de febrero de 2005

Darío Fo

Me gustaría mucho que esta noche estuvieran aquí algunos personajes de la subcultura y de la subpolítica lombarda. Aquéllos que nos hacen sentir incómodos, que no tienen aflato, como se dice en poesía, o ni siquiera un mínimo de inteligencia y de acto cultural como para comprender la importancia de acoger y de abrazar la presencia de extranjeros, extraños, como se dicen en Milán, pero en el buen sentido del término, incluso en sentido afectuoso.
Una de las cosas que he aprendido, y no hace mucho tiempo sino bastante recientemente, es que todo lo el enriquecimiento cultural que hemos tenido lo debemos precisamente a las visitas, a aquéllos que han llegado hasta aquí en siglos lejanos, a partir del II, III siglo después de Cristo. Cientos, miles son los que han venido, han aprendido nuestro idioma, han traído sus conocimientos, su cultura, han enriquecido nuestras posibilidades de vida, enriquecido la vida misma y han sido beneméritos de nuestra cultura. Cientos, miles. Es impresionante cuántos encontró San Agustín, por ejemplo. Muy pocos saben que San Agustín, que era negro, vino a Italia, primero a Roma, y se encontró muy mal, a decir verdad. Enseñaba retórica. Ni siquiera lo pagaban. Lo habían estafado, enseñaba en una escuela de esas del ministro Moratti, es decir, en una escuela particular y sus alumnos debían pagar una parte de la enseñanza. A un cierto punto, no asistieron más, pero, por suerte, intervino un importante personaje de la Administración pública que lo apreciaba, sobre todo por su lenguaje, por su espíritu y por su humorismo. Venía de África, había nacido en África, era muy moreno, y daba lecciones y, a un cierto punto, pensó mandarlo a Milán. Fue así como llegó a Milán. Existía el Imperio en ese entonces en esta ciudad, y esto es algo que pocos conocen. Esta ciudad era la capital del imperio de Occidente y era la más importante entre las ciudades que existían en Europa en ese tiempo. Tenía vivacidad cultural. Estoy hablando del IV siglo después de Cristo. Era el momento en el que se vivían situaciones de tensión. Habían nuevos rostros, nuevos idiomas que llegaban de todas partes. Se sentía un peligro y una efervescencia, algo revolucionario en la conciencia de la gente. Él se presentó e hizo su discurso; lo dijo explícitamente: "Me pagan para usar las palabras, vuestras palabras, vuestro idioma y muchos me aplauden sabiendo muy bien que mi oficio es el de enseñar y decir bien cosas estúpidas. Soy un rétor!!"
Pero yo trataré de contarles, a lo mejor mal, lo que he aprendido de auténtico, de vivo en vuestra ciudad, y una de las páginas más hermosas de la ciudad, sobre la generosidad de Milán, ha sido escrita precisamente por San Agustín. Con él, en ese tiempo, habían muchos autores extranjeros que han hecho, antes que nadie, un retrato de nuestra ciudad que es extraordinario, desconocido. Esto no se aprende en la escuela no se sabe si por distracción hacia lo que es el conocimiento de nuestro origen, de nuestra raza, de lo que éramos, o por falta de apertura mental. Creo que más que nada es porque son obtusos, porque no hay otra razón y, sin embargo, veo que algunos tienen como referencia al Carroccio, las tradiciones lombardas antiguas y, en verdad, no saben, no conocen nada, ignoran todo lo que ha ocurrido en nuestra historia.
También entiendo por qué no aceptan la presencia de los que no hablan nuestro idioma, que tienen una cultura, que tendrían algo que contarnos, que tienen mucho, pero mucho que enseñarnos; en cambio se trata de tenerlos lejos. Se piensa de antemano que no tienen nada importante que contarnos. No los necesitamos y esta es la forma más baja de civilización que se pueda imaginar. Nuestro desfase en el plano cultural parte justamente del hecho que nuestros políticos, al menos algunos de ellos, no han entendido la importancia de apoyar la presencia de personas que vienen de otros lugares. Son nuestra riqueza, nuestra prueba, son la posibilidad de enriquecer nuestro lenguaje, nuestro ser, nuestra gestualidad, nuestro pensamiento y, digo, desgraciado es el pueblo que tiene extranjeros en su seno y no los aprovecha paras enriquecer su propio modo de vivir y enriquecer la conciencia y el conocimiento de las cosas.
Nosotros de los extranjeros hemos sabido tanto en tiempos antiguos, pero luego hemos tenido también la posibilidad y la suerte de enriquecer a los demás.
En el siglo XVI las personas que partían de Italia y que iban por el mundo vivo de entonces a trabajar, a producir, a dar cultura eran un número increíble. Basta pensar en el número de arquitectos, de geómetras, de albañiles que han estado en Rusia, por ejemplo, en Polonia, en Inglaterra, que han ido a Francia, a España, a África. Iban para todos lados y eran hombres de ciencia, gente con una riqueza enorme y cada vez que volvían, volvían con la riqueza del conocimiento de lo que allí habían aprendido.
Esto se podría relacionar con una noticia que he recibido recientemente y que, a lo mejor, alguno de ustedes ya sabe; me refiero a que nuestro idioma ha sido desclasado en Europa, no es considerado digno de ser uno de los idiomas fundamentales de las relaciones, digamos, del diálogo. Es decir, es de segunda categoría respecto a los demás que se consideran de primera. No es algo personal contra los italianos. El hecho es que, de repente, entre nosotros faltan aquellos que en la historia, en el tiempo, han realizado realmente la campaña publicitaria extraordinaria sobre lo que nosotros sabíamos. Me acuerdo de un gran libro de un famoso francés, escrito en los primeros años de 1900, un texto fundamental para mí [La leçon des italiens]. ¿Qué nos cuenta este libro? Nos dice todo lo que los italianos han llevado al extranjero, a Francia en particular, respecto a los conocimientos, a la música, al teatro, a la literatura, a la danza, a la pantomima, del teatro callejero al áulico, a la construcción de los teatros, a la arquitectura, a la pintura, a los instrumentos musicales. También el vivir, el comer, la sabiduría de gozarse la vida. Pues bien, nosotros hemos perdido frente a los extranjeros este sentido de gozarnos la vida. Nosotros tenemos embajadores, pero no creo que uno como Bossi pueda llevar este conocimiento (ahora también tiene problemas). A lo mejor, Berlusconi enseña cuál es la vida de los italianos. Pero es uno que apenas lo ven dicen: "este verano no voy para allá" Siento que en ustedes….en mí, hay una especie de reticencia a lanzarme en humoradas, en sátira política. ¿Por qué he dicho esto? Lo he dicho para engancharme a un elemento: lo importante de nuestro humor es el sarcasmo, la ironía, lo grotesco, el saber dar vuelta las situaciones, incluso las más duras incluso en el momento del sufrimiento, esos momentos en los cuales otros pueblos se desmoronan, se derrumban, sucumben. Nosotros, incluso en los momentos más duros, hemos tenido la posibilidad de recuperarnos gracias a nuestra extraordinaria imaginación, fantasía, sarcasmo, gracias al juego, a la sátira, a lo grotesco. Pero estamos perdiendo también eso, estamos perdiendo justamente un timbre nuestro, personal, de una raza, que ha costado siglos de historia y de conciencia civil.
Nosotros somos los inventores de las Comunas: esta es otra de las cosas que no estudiamos en la escuela. Las Comunas medievales son un fenómeno único y particularmente italiano. Fue aquí, de nosotros, que han entendido la importancia de convivir, de vivir y de desarrollar, de tener relaciones con los demás, de abrir nuestras puertas y también ir a golpear a las puertas de los demás. Pues bien, este hecho, este fenómeno, deriva de esta extraordinaria alegría, de la jocondidad de dialogar con otros, de aprender su idioma, de abrirse al conocimiento de nuestros idiomas. Y nosotros, de idiomas, hemos tenido muchos. Una riqueza abismante. Porque nuestros dialectos no son el argot, son verdaderos idiomas, con sus leyes, sus reglas, con sus estructuras.
Y cuando pienso que algunos quisieran transformar, por ejemplo, ciertas calles y ponerle nuevos nombres ligados al dialecto lombardo, napolitano, etc., la pobreza del empujar a prestar atención hacia nuestra cultura termina justamente ahí, en el cambiar un término, una palabra, en vez de enriquecer el conocimiento con todas las palabras, de todos los dialectos para enriquecer nuestro idioma. La riqueza de nuestro idioma, nos la enseñan precisamente los ingleses, los franceses (he vivido mucho tiempo en Francia). Esta es la riqueza que ellos han logrado obtener aprendiendo incluso los lenguajes de los pueblos que vienen a Italia. La hospitalidad sirve a eso. Y, por ahora, es todo, he terminado.

traducido por Ana María Bustamante Escobedo

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Anno 2, Numero 9
September 2005

 

 

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