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Debía escribir la reseca canción,
comer contigo en el restaurant de las amables cortinas y las flores
mi tristeza,
la ronda de los pájaros sin cielo.
¿ Qué desierto, qué otra espuma, qué oración inútil de los organilleros
habría de convertir los días en canción ?
Debía nombrarte,
debía escribir la reseca canción,
saber que en ella el mar,
el mar herido en esa hora en que todo se pierde,
el mar me buscaría como un amigo muerto en las fotografías.
Cálida, muy cálida arrastrando cipreses,
entraba la noche en Cuernavaca.
En el país de los ojos claros de la cama destendida
ella echaba aún raíces,
la cama bajo la luz del velador de sábanas rosadas en tu cuerpo.
Ella echaba aún raíces,
país de los ojos claros.
(Abrígame, apresúrate,
distrae mi razón de búho.
No soportaría otro otoño mi corazón entre estas gentes)
Ahora parte en metro, apresúrate,
Hasta la próxima estación se irá el recuerdo.
Para no dormirse - la noche abre sus llagas -,
encenderá su radio, comprará 'ovaciones'*, fijará la vista duende
- un salto de venado - en la mujer del suéter amarillo,
en los abismos retrasados de su día,
en los otros sus otros naguales por los andenes.
Fijará la hora.
Anda, apresura la reseca canción, no la demores.
El afiebrado viento de las ventanillas en tu ropa, los pies húmedos,
el revólver que hunde su ojo de cíclope hasta el fondo del bolsillo.
(Acabará la noche con sus llagas en la mesa de la hormiga,
en la ojerosa sentencia de los vegetales)
¿Qué más color huía del abrigo?
(Acabará la amaestrada noche por el cielo apagado de las estaciones.
Cuatro uniformes azules bajarán su cuerpo)
No se soporta el aire.
Un Chac Mool nos ve pasar. Sonríe. El va sentado.
La policía, como un dios, nos quiere muertos.
Abrígame, apresúrate.
Entre las uñas crecidas anda el espíritu desconocido de mí.
Tacuba a las ocho.
Abren las puertas de la asfixia.
Unos indagan desaparecidos trajes.
Como ese mar oculto se ciñen infinitos a esta vida,
como ese mar de la canción reseca otros intercambian rostros
de muertes amigas.
Catch me.
Otra estación.
Un torrente oscuro derriba un puerto de hadas.
El novio vigila las faldas de su reina.
Escribo en la cabeza de una india mi poema e.
Cuitlahuac.
Abrígame, apresúrate,
proclama mi retiro,
no soportaría otro otoño mi corazón.
La cena en la Casa de los Escarabajos, recuérdalo.
La callada misión de hablar muy solo y quedo en los cuadernos.
Recuérdalo.
Suele llover en la rutina de los ángeles.
Debía escribir, comer contigo,
echar la suerte en el mantel de hule con los antiguos instrumentos,
con la mirada de la corneja que tienta su camino.
Ya, vámonos.
La ciudad que redime espera arriba.
Ya, salgamos.
Esta es la última boca.
Temblor otra vez. La mujer del suéter amarillo.
El violín de las manos destrozadas.
No me queda más este papel para nombrarte.
Recuérdalo,
la mujer que va a romperse ríos en las piedras del Zócalo
será ciega guitarra del desafinado ámbar.
Entre una lenta letra que no se completa
y el brindis de los espejos descubiertos,
el mensaje herido.
Recuérdalo,
suele llover en la rutina de los ángeles.
¡ Nomás la amenaza de los elementos para que sea posible !
Nomás la amenaza, país de los ojos claros, de los elementos,
para que sea posible la canción,
la reseca canción que te debía.