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Me escribo en la tierra porque dentro de ella todo se restaura.
Los vientos se curvan como una oración,
Los árboles son un racimo de huesos que maduran su luz en el misterio.
Los ríos y los mares nos recorren y celebran su gloria en la sangre.
Al amar y al sufrir sentimos las chispas de un fulgor.
Digo y escribo con tierra.
Es la escritura de mi cuerpo que no cesa.
No hay tal página en blanco ni soledad de la separación.
Escribo en la tierra conmigo mismo, prolongado.
¿Quién guía mi dedo en esta tarea?
¿Acaso me une el carácter de otra mano invisible?
La palabra enterrada siempre renace en el cielo, respira.
La expedición era renunciar al mundo, poner sitio al cuerpo
y sus costras, antes de levantar nuestra vista al cielo.
De pasto en pasto y de golpe a golpe, sólo nos dijeron
una palabra, así la viscosidad se alejaría de los huesos.
Quedaron solo despojos.
La intolerancia es una oscuridad con dientes.
Y vuelve un tiempo atroz:
Montségur, Alejandría, Berlín, París, San Francisco, Caracas...
"Donde falla una bendición triunfará un buen palo",
Nos enseñaron al final.